Post-imperio, post-izquierda y post-política


Queremos desarrollar un poco más lo planteado en los últimos textos (aquí y aquí). Se nos vuelve necesario hablar del fracasorotundo de la teoría ‘imperialista’, de la mano no solo de su parcialidad o inexactitud, sino también de su tergiversación, y el modo tan terriblemente esquemático con el cual se trabajan todavía estas teorías (e.j.: Tobias ten Brink). Hablábamos en alguno de los textos anteriores, que teóricos como Negri & Hardt no solo hacían críticas acertadas, sino que al mismo tiempo, parecían estar dirigidas a teorías completamente disímiles de ‘imperialismo’: critican la noción de hegemón (estadounidense, en este caso), para plantear la multipolaridad; pero la teoría imperialista original de Hilferding, Bujarín o Lenin no habla de ningún hegemón (ya sea el imperio británico o el naciente imperio estadounidense, etc), sino que el imperialismo es, precisamente, multipolar(¡!). Esto nos lleva a estudiar en qué momento de la historia de la izquierda, el concepto izquierdista de imperialismo terminó significando en el siglo XXI algo completamente distinto de lo que proponía, volviendo la discusión una especie aberrante de soliloquios sobre cosas que nadie dijo para defender posiciones que nadie estaba contradiciendo (y esto como signo general de la decadencia política de la izquierda –producida y advocada por la propia izquierda- y contra la izquierda –la derechización de lo político, o incluso su desaparición del horizonte-). Esto nos obliga a un recorrido algo engorroso, pero necesario, para poder llegar a plantear los puntos que queremos esclarecer más agudamente.

La primer ruptura que podemos trazar en esa dirección alrededor de la teoría del imperialismo la producen, por supuesto, el stalinismo y el maoísmo. Stalin y Mao serán los primeros en hablar del ‘imperio norteamericano’ o el ‘imperio estadounidense’: en donde Hilferding, Bujarín y Lenin incluyen a todas las potencias del mundo basadas en la exportación colonial de capitales alrededor del mundo, y hablan del sometimiento de las colonias hacia donde van dirigidos esos capitales, Stalin y (luego) Mao hablarán de un hegemón mundial: Estados Unidos. Esta es la primera ruptura que tenemos que tener claro (para nuestros propósitos) en el desarrollo de lo que ha llegado hasta nuestros días y nuestras generaciones como ‘imperialismo’. La segunda proviene de Frantz Fanon (aunque hay antecedentes como Alfred Sauvy o Churchill): él desarrolla una teoría de los tres mundos en 1961: las potencias mundiales capitalistas (Estados Unidos y el “mundo occidental”), el segundo mundo a través del ‘bloque socialista’ (la Unión Soviética y sus estados satélites en Europa, China, Cuba, Vietnam, etc), y el tercer mundo (los países sometidos a las exportaciones de capitales del resto de potencias y que están subyugados a la explotación del mercado o economía mundial). La teoría de Fanon es retomada por Mao y anunciada en 1974 a través de Xiaoping: Mao habría desarrollado paralelamente una teoría de tres mundos similar a la de Fanon, en donde el primer mundo estaría conformado por Estados Unidos y  la Unión Soviética como las dos grandes potencias del imperialismo y el imperialismo social respectivamente, después el segundo mundo con Japón, Europa y Canadá, y el tercer mundo con el resto de países del globo. Otra importante diferencia de la variante maoísta es que mientras que Mao sostiene al inicio de la revolución china, que el principal hegemón de la economía mundial es Estados Unidos, después la Unión Soviética es incluso la representante de las mayores contradicciones imperialistas en el mundo (esto ocurre a propósito del rompimiento de las relaciones Sino-Soviéticas, y provoca al alineamiento de China a favor de Estados Unidos en oposición a la Unión Soviética en algunos contextos, como Angola, Sudáfrica o en el conflicto Sino-Indio e Indio-Pakistaní, Afganistán, etc). El movimiento de países no alieneados del ‘Tercer Mundo’ se organizará a partir de ambas nociones de la teoría de tres mundos: por ejemplo, alrededor de la noción de que son independientes o neutrales con respecto al imperialismo estadounidense o al imperialismo social ruso, y de que pueden incluso compartir relaciones con ambas potencias (como lo haría India, Egipto o Somalia, por ejemplo), y es la razón por la que existirán incluso regímenes pro-estadounidenses y anti-chinos (Singapur), pasando por regímenes en donde hay conflictos entre la Unión Soviética y China (Afganistán) hasta regímenes pro-chinos y anti-estadounidenses (Vietnam).

A estas alturas, el postulado de la teoría imperialista clásica de que los Estados colonizados son también agentes del capital financiero imperialista, se ha perdido completamente. En lugar de esto, vemos que para la teoría imperialista tal y como se desarrolla hasta este punto, existen Estados-nación y burguesías autóctonas que representan polos ‘anti-imperialistas’, cuando en la teoría clásica de Hilferding hasta Lenin, la lumpenburguesía (para tomar prestado el término de Paul Barán) del llamado ‘Tercer Mundo’ confluye en sus intereses subdesarrollados, con los intereses de las potencias imperiales, etc. Esto desaparece de la mayoría de concepciones del imperialismo, tal y como desaparece la multipolaridad y se reivindica más bien el hegemón ya sea estadounidense o soviético. En términos generales: desaparece la concepción internacional de la clase, en pro de una versión nacionalista o centrada en las contradicciones entre Estados-nación. Como veremos, en las discusiones que se desarrollan hoy en día especialmente frente a Negri & Hardt, se reivindican todavía las contradicciones de clase del globo como contradicciones entre burguesías y proletariados nacionales, y no a través de burguesías y proletariados internacionales que atraviesan los Estados-nación. La diferencia parece casi estúpida, pero el punto que queremos hacer es que es imposible entender fenómenos como la concentración y la centralización internacional del capital, basada en la internacionalización de la división social del trabajo en el neocapitalismo, sin entender la diferencia entre una clase burguesa mundial y un conjunto de clases burguesas nacionales. En ese sentido, se reivindica de manera paradójica la posición de Negri & Hardt: en efecto, hay una transnacionalización de los procesos, ¡pero esto no es más que repetir los postulados clásicos de la teoría imperialista, en lugar de criticarlos! Como lo dijimos ya antes: Negri & Hardt critican la teoría clásica, solo para reciclarla, y los teóricos que defienden una supuesta posición clásica (las del imperialismo que acabamos de desarrollar arriba) critican la posición nueva (siendo más cercana a la clásica), y defienden una versión completamente distinta (haciéndola pasar por clásica).

Es en efecto un debate irrisorio y trágico: detrás de las distintas versiones de ‘imperialismo’ que desarrollamos antes, se dieron procesos históricos complejos y muy duros de admitir para las vertientes más ortodoxas y reaccionarias del marxismo y la izquierda: desde el ahogamiento de los levantamientos revolucionarios entre 1944-48 por parte del stalinismo soviético (Polonia, Hungría, Rumania, etc), hasta el hecho de que las únicas revoluciones “triunfantes” se dieron a pesar del (y no gracias al) apoyo soviético (Yugoslavia, China y Vietnam), pasando por el apoyo a regímenes anti-coloniales en África y Asia que ahogaron movimientos populares (Nehru en India, el Pan-Arabismo egipcio, sirio e iraquí, el Pan-Africanismo libio, etíope, congoleño, somalí o ghanés, hasta la derrota sangrienta en la Indonesia de Sukarno o de las revoluciones chinas y vietnamitas antes de separarse de la línea oficial de la internacional soviética, etc). El caso africano es tal vez el más doloroso: no hay ningún régimen marxista africano que no se basara en la más extensa represión política, con reformas agrarias basadas en concepciones atrasadas (como la propiedad individual y el parcelamiento), e incluso basándose en el más abierto genocidio (como el genocidio eritreo por parte de Etiopía, con apoyo del napalm de la Unión Soviética; o como el apoyo libio a Idi Amin en Uganda o el apoyo a Barré en Somali; etc). Hasta alguien como Thomas Sankara, celebrado por la izquierda mundial, basó su gobierno en la más extensa persecución sindical, militarización y procesos represivos.

Es paralelo a esta decadencia del movimiento marxista e izquierdista en el mundo, que se da también la decadencia en las discusiones en cuanto al carácter de la economía global de hoy. Éste es nuestro punto principal. En la misma medida de que el marxismo no hace un recuento de sus triunfos y fracasos a lo largo del siglo XX, y una historia como la que acabamos de contar acerca de África, Asia o Latinoamérica es totalmente ocultada por los mismos marxistas, en esa misma medida los procesos que están sucediendo en el mercado o economía mundial resultan completamente oscurecidos por esas concepciones obsoletas: no se trata solo de que las teorías ‘imperialistas’ se alejan de la ortodoxia clásica y que necesitamos rectificar, no: se trata de que incluso las teorías clásicas son también incompletas, parciales y lastimosamente obsoletas. El curso de la historia lo ha vuelto así. La necesidad de realizar este recorrido es para desprendernos de cualquiera de estas herencias (a las cuales renunciamos), sino para poder rescatar nuestro análisis y el método de la economía marxista de entre los escombros de su actual recesión política. Y lo haremos notar no solo a través de una crítica negativa (acerca de aquello de lo cual nos queremos separar completamente y no queremos que nos relacionen), sino aportando una salida propositiva (ya sea para la izquierda, en caso de que quiera asumirla, o para cualquier refundación de cualquier tipo de movimiento político): en la medida de que dejemos de lado el entendimiento del mercado mundial o de la economía global como un conjunto de Estados-nación, y lo analicemos desde el punto de vista de las clases mundiales, y sus relaciones económicas globales, podremos entender lo que está sucediendo hoy.

Esto no quiere decir que se niegue la contradicción de los Estados o incluso el hecho de que los Estados participan activamente en la economía mundial: un ejemplo parcial pero contundente son los subsidios y aranceles que aplican las potencias del mundo sobre la producción agrícola, arruinando al campesino y la pequeña y mediana burguesía agrícola de los países periféricos de Latinoamérica, Asia y África. Los Estados de la OCDE, por ejemplo, se encargan de financiar directamente con fondos públicos a productores agrícolas, y utilizar aranceles como medidas proteccionistas contra productos agrícolas periféricos, volviendo más baratos sus productos primarios y, por lo tanto, quebrando la competencia de sectores agrícolas del mundo completamente empobrecidos. Eso quiere decir no solo que el Estado-nación sigue siendo un agente de la economía mundial (es de lo que se han encargado de reiterar la mayoría de marxistas: desde Borón hasta Harvey, etc), sino que incluso el aparato estatal-nacional es un aparato internacional por sí mismo (y este último punto es el que queremos enfatizar como aporte a la discusión). Y eso implicaría que lo que planteamos acerca de A) la persecución de tasas más altas de plusvalías en regiones donde la relación capital constante/variable está menos desarrollada, o B) el proceso de industrialización y desindustrialización de las periferias y las metrópolis respectivamente, basadas ambas en C) un proceso de ecualización del desarrollo del capital muy similar al de la tasa de ganancia a lo largo de ramas distintas de capitales a lo interno de una sociedad, solo que a nivel mundial, y esto permitido a su vez por D) la tercera revolución industrial y por la internacionalización de la división del trabajo de la mano de la multinacional (la concentración y la centralización que tiene como expresión más alta la fusión corporativa), permite entender el desarrollo actual de las regiones emergentes en oposición a las metrópolis no como un desarrollo oposicional de esas periferias y esas metrópolis, sino como un desarrollo conjunto.

La paradoja de este proceso se presenta precisamente en las características de la multinacional y su tercerización global: la multinacional sirve como un elemento de expoliación de las periferias por parte de las potencias del mundo, pero paradójica y cínicamente, produce la industrialización (inadvertida o no) de esas regiones periféricas (el mejor ejemplo es el sudeste asiático, pero puede incluir desde Brasil hasta India, etc, pero que como ya vimos, incluye a naciones y regiones como la costarricense y centroamericana), y por lo tanto, el desarrollo de esas regiones periféricas se vuelve también el desarrollo de la multinacional y viceversa: el desarrollo de acumulación de la multinacional desarrolla al país periférico. Es por esto que el crecimiento de los BRICS no pone en cuestión realmente el funcionamiento o la hegemonía del capital: al contrario, se vuelve el potenciador de una configuración radicalmente nueva e insólita del capital, una donde los patrones clásicos de entendimiento de la economía mundial son completamente socavados, y se vuelven necesarias actualizaciones precisamente como las que intentamos elaborar aquí. Pero para eso se vuelve necesario romper con el nacionalismo y el chovinismo imperante ya no solo en las explicaciones liberales de la economía global, sino, como vimos en el recorrido que hicimos arriba, en el de las propias concepciones de ‘imperialismo’ que inundan el izquierdismo. La postulación de una clase burguesa mundial (que incluiría no solo a las burguesías de las potencias, sino a todas las burguesías del mundo en general), pero no desde el punto de vista de un ultra-imperialismo (probable… pero todavía inexistente), y recalcando el carácter contradictorio y conflictivo, pero a la vez sinérgico, de esa burguesía global, se vuelve completamente necesario para tan siquiera poder llegar a plantearse este tipo de desarrollos.

Esto implica conjugar el modelo de Estados-nación con ésta otra visión internacional o transnacional. Negri & Hardt tienen completamente la razón acerca de la desterritorialización, y los clasicistas tienen razón en seguir revindicando las implicaciones del Estado: lo que los ata es el hecho de que las tasas de plusvalía mayores en las periferias (Mandel), la industrialización y desindustrialización, o la ecualización de los movimientos de capitales (crediticios y productivos) a lo largo del globo persigan una ecualización formalmente idéntica a la ecualización de la tasa de ganancia, une a todas las burguesías del globo en un proceso gigantezco de acumulaciones y movimientos de capitales. La visión de Estados-nación que no son parte de este proceso de acumulación del capital financiero internacional (como se sostendría desde las teorías ‘imperialistas’ que mencionamos antes) oscurecen por completo estos hechos económicos vitales para entender el mercado o la economía mundial hoy. Se vuelven, de hecho, el principal obstáculo para una actualización de la economía marxista al siglo XXI. La necesidad de este texto está, por lo tanto, en despejar el terreno de cualquiera de estas mistificaciones atrasadas y completamente aberrantes que pueden existir a la hora de comprender actualización como las que queremos elaborar nosotros. En la medida de que los movimientos políticos no hagan suyos este o cualquier otro intento de actualización, y se aferren al clasicismo, en esa misma medida seguirán efectuando el atraso y la obsolescencia de sus propios movimientos. Es completamente necesaria una ruptura con la herencia clásica del marxismo. De esto depende el rescate del trabajo de Marx y de tantos otros, de entre los errores cometidos en el pasado, y la construcción de otras alternativas para la sociedad. Depende especialmente de esto una reconfiguración completa de lo político mismo, tal y como lo asume el propio marxismo, en medio de la virtual desaparición y muerte de la política clásica, y la entrada a contextos radicalmente nuevos.

Entradas populares