Sobre los estudios culturales y la economía política de la cultura
Nosotros planteamos que la mayor transformación histórica y cultural (y ya no simplemente económica) del capitalismo está en la socialización del trabajo intelectual. No es la única, por supuesto, y se puede opinar distinto en cuanto a su importancia (no somos ortodoxos), pero aún aceptándola como interpretación, ni siquiera busca ser ‘totalizante’ o ‘central’, sino simplemente parcial. Más aún: es una interpretación económica de la culturamenos porque la economía sea una ‘base’ o una ‘esencia’, y más por poder hablar de procesos intrínsecos al funcionamiento de la sociedad. Eso creemos encontrarlo en la economía, y al mismo tiempo, no es un planteamiento estrictamente económico: no nos interesa solo la ganancia o la producción de valor, sino la historia/cultura (recordando la definición historiográfica de Vico y la antropológica de Tylor); y esto se relaciona con nuestra posición alrededor de Marx: la economía marxista nos parece la mejor en términos económicos, pero tenemos razones (incluso económicas) para no reducir la historia/cultura a la economía, y creer que en efecto la razón por la que la teoría marxista no explica una serie inmensa de procesos que estamos viviendo hoy, es por haber realizado esa reducción; muchos de sus aspectos están en necesidad de actualizaciones (aplicar hallazgos correctos a contextos nuevos –la teoría del valor-trabajo, por ejemplo-), otros incompletos (excluye explícitamente elementos no solo históricos, sino económicos –el dejar por fuera de su ‘totalidad’, precisamente, al trabajo intelectual-), o abiertamente erróneos (desmentidas por el mismo desarrollo histórico –como las relaciones de ‘dependencia’ entre países industrializados y no-industrializados-).
Eso coloca nuestra tesis muy cerca de distintas líneas que ya se han elaborado: desde la teoría crítica frankfurtiana hasta la sociología económica, etc, pero de entre todas esas líneas quizás las más cercanas sean los estudios culturales y (en especial) la economía política crítica o de la cultura. Aquí vamos a analizar los acercamientos y diferencias de nuestro planteamiento con esas corrientes (mucho más sobre la segunda), usando como excusa el debate entre Garnham y Grossberg. Como se sabe, Garnham propone que los estudios culturales solo pueden estar fundados en la economía como su ‘base’ o ‘última instancia’, mientras que Grossberg plantea la economía como un aspecto más dentro de la cultura en general. Nosotros estamos de acuerdo con Garnham en que el estudio de la producción ‘ideológica’ (ética, estética y ética) necesita entenderse desde sus relaciones económicas históricas-concretas, pero al mismo tiempo compartimos con Grossberg el que este análisis no puede ser exclusivo ni agota en lo más mínimo las posibilidades de usar interpretaciones no-económicas; es cierto tanto que Raymond Williams tiene una relación innegable con la economía marxista (frente a la cual realiza tal vez la crítica más fuerte del marxismo occidental, en Marxismo y literatura), pero al mismo tiempo es cierto que la crítica tan pesada de Williams requiere una revisión mucho más radical de las interpretaciones económicas. Es más, no se trata de una posición simplemente neutral o ‘centrista’ entre uno y otro: creemos que el plantear el análisis económico como el único determinante, afecta y restringe no solo la comprensión de la cultura en general (como le preocupa a Grossberg), sino que afecta la aplicación misma de las interpretaciones económicas; o sea: no solo afecta o contradice la posición de Grossberg, sino que el programa mismo de Garnham (una política económica de la cultura) se ve afectado por su mismo ‘economicismo’.
Esto lo podemos ver en el propio Marx: excluye de su ‘totalidad’ los servicios que se encargan de la producción intelectual (tal y como lo afirma en sus Teorías de plusvalía), y por lo tanto deja de lado la posibilidad de comprender precisamente uno de los elementos (en nuestra opinión: el más importante) que más han transformado los procesos históricos de hoy; y esto no solo en términos historicistas, sino económicos. Si se admite la interpretación que proponemos, es posible entender la socialización del trabajo intelectual como parte de la evolución del trabajo concreto en tanto sustancia del trabajo abstracto (y este en tanto sustancia del valor), y de las dinámicas de socialización y monopolización, de desarrollos de fuerzas productivas (‘innovación’ en términos schumpetereanos) o de aumento de composición orgánica del capital, etc, todos los cuales forman parte de una interpretación económica. Marx no solo confunde entonces economía con historia, sino que incluso subestima las posibilidades mismas de la interpretación económica; siendo más exactos: creemos que desde Keynes hasta Leontief, o desde Schumpeter hasta Sraffa, vuelven todos a posiciones (desde la determinación por factores agregados hasta la identificación del precio con el valor, etc) ya resueltos por Marx (volviendo a éste último mucho más avanzado) pero creemos que la preocupación económica por la producción de valor no es lo mismo que la preocupación por la historia/cultura: nada más elocuente que el mundo en que vivimos hoy en comparación al mundo a finales del siglo XIX. Como desde un punto de vista económico el trabajo productivo (productor de valor) es mucho más importante que el improductivo, Marx excluye estos servicios; pero lo que desde una preocupación estrictamente económica tiene un sentido preciso, desde un punto de vista histórico se vuelve una exclusión crucial.
La economía política de la cultura reproduce estos problemas: la mayoría analiza desde las formas en que extrae ganancia o no una corporación de TV o un periódico, pasando por las relaciones entre la inversión en capital constante y variable y sus efectos en los precios de los productos, hasta las formas de integración económica que realizan los grupos económicos mediáticos en distintas ramas de la economía, etc. No queremos desmerecer el gran valor que representan estos estudios, pero esto relega el análisis de la producción intelectual solo a un sector específico de la economía (o incluso solo a cierto sector dentro de la producción intelectual: los medios de comunicación), reduciendo al público a un factor pasivo dentro de la producción cultural, y por esta misma razón, ya no solo no estudia la cultura en general, sino que no puede estudiar sus relaciones con la sociedad. En el mejor de los casos, se analizan desarrollos cíclicosde innovación y socialización/monopolización que pasan por procesos de alto costo de producción compensados por mayor productividad del trabajo y precios unitarios bajos, reducción de costos a través de la socialización de cada nuevo proceso productivo (caída de la demanda), y la subsecuente estabilización de la ganancia y estancamiento de la hegemonía que concentra las nuevas ramas, etc (especialmente en sentido schunmpeteriano, algo a lo que volveremos luego). Pero al ser un esquema cíclico, cada innovación (o fuerza productiva) subsecuente simplemente reproduce la misma situación una y otra vez: la TV o la radio serían más socializadas que la prensa o los libros, y los equipos de video o de sonido portátiles de la era digital lo serían todavía más, pero en todos estos desarrollos persistiría la existencia de la corporación oligopólica y, por lo tanto, no representan cambio alguno en la cultura.
Garnham critica a Hall diciendo (acertadamente) que es necesario enfrentar que las ‘ideologías’ no se producen y reproducen a un nivel abstracto, sino a través de los procesos de trabajo de los medios de comunicación, de los comercios o de los académicos, etc (algo así compartimos aquí y aquí), pero su forma de estudiar estas relaciones se reduce a analizar la explotación del trabajo o la relación comercial de las corporaciones que producen desde libros hasta obras de teatro. Fuera de las corporaciones no parece existir cultura alguna. La forma en que la economía de la cultura dice que sus planteamientos no son ‘economicistas’ o ‘deterministas’, es desde planteamientos epistemológicos/filosóficos: se supone que no están hablando de ‘determinismo’, sino de una dialéctica ‘relacional’ en donde la economía ‘interactúa’ con otras ‘instancias’ en un proceso ‘desigual’ y ‘contradictorio’, etc, pero donde lo económico sigue funcionando como la determinación en ‘última instancia’ de los procesos (tal y como en Marx). El propio Garnham admite esta situación de la economía política de la cultura, y por eso después modificará su posición: existe una diversidad creciente en la producción cultural de la sociedad, basada en una ‘democratización’ que, en todo caso, nunca elimina la hegemonía de ciertos sectores. Pero no se explica todavía éste proceso. Para hacerlo es necesario no simplemente hablar de un esquema dialéctico de ‘relaciones e interacciones contradictorias’, sino de pasar a las relaciones concretas de esos procesos de trabajo o consumo, de esos servicios, comercios o industrias, a través de los cuales se produce la cultura, incluso como una expansión de la interpretación económica misma. Christian Fuchs dice que en la posición de Grossberg parece existir un ‘culturalismo’ que niega cualquier forma de enfoque económico (esto me parece que no es cierto), pero el economicismo parece haberse ganado ese rechazo precisamente no solo por los reduccionismos deterministas del pasado, sino por el hecho de continuar defendiéndolos. Más que simplemente hablar en términos epistemológicos/filosóficos (podríamos hablar de ‘contradeterminaciones’ en vez de ‘sobredeterminación’, para explicar que no planteamos una determinación monocausal o unívoca de la economía sobre el resto de procesos, etc), lo cual sería terriblemente más fastidioso y menos productivo, lo que queremos es aplicar y sugerir algunas vías de aplicación de nuestra interpretación.
Esto nos plantea un reto bastante difícil a quienes queremos trabajar interpretaciones económicas de la cultura: si queremos plantear estas lecturas, no podemos hacerlo devolviéndonos a tesis anacrónicas. Hay que admitir con franqueza el daño que ha provocado el ‘economicismo’ en las interpretaciones culturales y en la economía misma, precisamente para poder avanzar en la aplicación de las interpretaciones económicas. Siendo más concretos: nuestro planteamiento comparte con ésta economía política de la cultura el considerar el trabajo intelectual como un sector particular dentro de la división del trabajo de la sociedad (del cual se encargan los abogados, los profesores, los periodistas, los artistas, etc), pero sostiene también una noción contraria: toda la sociedad produce ya cultura: desde la cultura oral hasta las prácticas en general. De este modo no solo el proceso cultural deja de ser monológico, sino que permite entender que en el desarrollo histórico del capitalismo ese trabajo intelectual pasa de manera creciente de ser desarrollado solo por un sector específico dentro de la división del trabajo, a realizarlo toda la sociedad. Y a diferencia de la economía política de la cultura, este no es un proceso tardío creado simplemente por la internet y la tecnología digital: es un proceso que atraviesa la cultura moderna, y lo entendemos precisamente cuando dejamos de ver la tecnología como tecnología, y la analizamos desde una perspectiva económica. Todos los procesos que estudia la política económica de la cultura: desde la producción de libros hasta el telégrafo, pasando por la TV y la radio, y después el automatismo de la satelización, la revolución digital y las tecnologías portátiles, son parte de un proceso continuo de transformación: la socialización del trabajo intelectual. La diversidad creciente que menciona Garnham es el efecto del hecho de que la cultura es dialógica, y de que los medios de producción del trabajo intelectual (a diferencia de los medios de producción de bienes de consumo) se han estado socializando a todas las clases y sectores de la sociedad a lo largo y ancho de toda la modernidad.
Y aquí por ejemplo las teorías cíclicas que desarrolla la política económica de la cultura pueden ser de gran ayuda: por un lado en efecto existen dichos ciclos de negocios o ciclos de auge y crisis, pero también tienen un componente histórico irreducible (algo que desarrollamos parcialmente también aquí). Esto sería de gran valor ya no solo para la cultura, sino para la economía misma, que todavía no sale o del ‘etapismo’ o de los ciclos inmutables: tanto la noción de que la situación actual no tiene relación alguna con el desarrollo clásico del capitalismo (la discontinuidad absoluta de las teorías post-industriales, del trabajo abstracto, de la era de la información, etc), como que la situación actual se reduce a un esquema estático e idéntico en sí mismo sin ninguna variación histórica (la continuidad absoluta del marxismo ortodoxo o de las teorías cíclicas), y que hasta cierto punto se podría decir que se reflejan en la oposición entre Grossberg y Garnham, tienen como consecuencia o dejar de lado cualquier forma de explicación intrínseca de la sociedad, y al mismo tiempo, negar que parte del funcionamiento intrínseco del capitalismo es, precisamente, el no tener nada de intrínseco. Los ciclos de prosperidad y recesión o de renovación y depresión de Schumpeter son ingeniosos[1], pero el mecanismo de la oferta y la demanda es dudoso: es ridículo pensar que la baja en los precios por el aumento de la oferta de una innovación técnica significa una pérdida de gananciay por lo tanto el paso de la prosperidad a la recesión (o por lo menos es confundir el capital particular con el capital global), cuando el aumento de productividad implica una baja del valor de mercado del output y por lo tanto, un aumento de la ganancia a través de precios más bajos (del mismo modo que en una situación recesiva pueden existir situaciones inflacionarias en contextos de caída de la demanda agregada); se vuelve necesario analizar la relación entre estas dinámicas y la tasa de ganancia del capital global: sabemos que Schumpeter admite ciclos más largos (e.j.: el boom de post-guerra, o la actual caída de la tasa de ganancia desde los 70’s), pero los define en los mismos términos que cualquier otro ciclo, a pesar de los problemas empíricos tan simples (y no explicados teóricamente) que acabamos de mencionar; éstas divergencias tan comunes en la práctica común y corriente de la economía son totalmente inexplicables ya no solo para una economía como la schumpetereana, sino para todas las corrientes que van desde la economía institucional, pasando por el keynesianismo/kaleckianismo hasta los marginalistas/neoclásicos., etc, todos los cuales se devuelven a la misma incapacidad con que desde Smith o Ricardo lidiaron con esos mismos problemas: la diferencia está en que Marx no simplemente pasa de la determinación por la oferta y la demanda a la inclusión del proceso de producción en cuanto costos de producción o factores agregados, sino que problematiza la relación entre precios y valor. O en otros términos: no existe esquema formal alguno que pueda encerrar del todo la contingencia histórica misma, y lo que sugerimos es que ésta contingencia no implica salirse de la economía (y entrar a la historia, por ejemplo), sino que es económica.
Es aquí donde se abre todo un campo de investigación muy rico: 1) el consumo es también consumo productivo (eso implica que no existe una audiencia pasiva: no existe un consumo cultural que no sea la producción de su propio consumo, etc). 2) La heterogeneidad de los medios de trabajo/producción explica las hegemonías (opresivas) y subalteridades en la producción cultural (existen en efecto sectores que aunque consumen de manera productiva, no tienen medios de trabajo/producción cultural). 3) La dinámica de socialización y monopolización de medios de trabajo/producción culturales produce que esos medios de trabajo/producción culturales se expandan y concentren a lo largo y ancho de la sociedad, tal y como lo hace cualquier sector de la sociedad (el comercio o la industria) pero con la diferencia (solo explicable por la economía) de que el aumento de la composición orgánica del capital reduce la fuerza de trabajo industrial y crea una mayor cantidad de fuerza de trabajo en el resto de sectores, en especial el sector servicios (donde se ubica, precisamente, el trabajo intelectual en su sentido más clásico o tradicional –no se puede olvidar el comercio-). Esto explica lo que es tan obvio y que apenas si puede mencionar Garnham: en efecto se multiplica la producción cultural (más específicamente: los medios de trabajo/producción culturales, no el trabajo o el consumo productivos que producen cultura), pero esto no niega su estratificación hegemónica. Esto implica la actualización de la teoría del valor-trabajo a contextos radicalmente nuevos (el aumento de la composición orgánica no se da exactamente como antes), implica un intento de completar aquellos aspectos que están incompletos (el incorporar los servicios que Marx explícitamente dejó por fuera de su análisis), y por último implica corregir elementos completamente equivocados (como el plantear la socialización de medios de producción solo en términos de industria/agricultura, y no de servicios).
[1] Por lo demás, Marx también habla de distintos ciclos de formación de precios de producción, equiparación de la tasa de ganancia y apropiación desigual de plusvalor dándose en distintas ramas a distintos tiempos. A pesar de que menciona el trabajo socialmente necesario como el ‘centro’ alrededor del cual giran los precios, ésta relación no es objetiva ni históricamente estable (no existe el equilibrio neoclásico), y la determinación (matemática, por ejemplo) de sus magnitudes implica no el uso de un ‘patrón absoluto’, sino de variables históricas móviles.