Takahashi y Europa: lo que nos puede ayudar a comprender las neo-colonias latinoamericanas, africanas y asiáticas
(Nota: este trabajo no está terminado. No es ni siquiera un borrador redactado para ser leído exactamente, sino unas notas personales que publico solo con la pretensión que sirvan de ayuda a quien esté interesado en estos temas (y que de paso, por vía de la crítica, también me ayuden a mí). Por esa razón está completamente abierto a críticas, señalamientos, correcciones, etc, con el fin de enriquecer el trabajo en una manera colectiva y no simplemente ‘autoral’. En general, todos los textos de este blog están abiertos a discusión, y pueden desde enviarnos textos escritos (aunque contradigan lo que decimos nosotros, eso no importa, los podemos publicar y debatirlos en el mismo blog), o simplemente enviar comentarios o críticas, etc, todo con el fin de continuar editando los textos. En pocas palabras, todos los textos se consideran como trabajos en proceso.)
Nosotros avanzamos la noción (después descubrimos que ya había sido elaborada por Takahashi) acerca de cómo la configuración del capital comercialpuede servir de explicación para los procesos de desarrollo en Latinoamérica, África y Medio Oriente. Pero hay dos diferencias en los enfoques: 1) la primera, claro, es que Takahashi habla del paso del feudalismo al capitalismo en Alemania o Japón, y nosotros estamos aplicando su interpretación a regiones completamente disímiles (lo que dentro de la división internacional del trabajo sería la diferencia entre ‘metrópolis’ y ‘periferias’). La segunda es que 2) nosotros estamos extendiendo su interpretación al campo agrícola. Ahora, creemos que la aplicación que hicimos en nuestro trabajo puede “devolverse” (por decirlo así) desde las llamadas ‘periferias’ hasta las ‘metrópolis’ europeas y ayudar a esclarecer un poco más lo avanzado por Takahashi acerca del desarrollo de regiones como Prusia o Japón (nosotros agregaríamos Italia o Rusia). Al final, el recorrido europeo nos va a ayudar también a establecer (comparativamente –aunque no en el sentido de la relación simple/complejo del método comparativo tradicional-) algunas características más sobre el desarrollo Latinoamericano, Africano y de Medio Oriente que apuntamos antes.
Partimos del hecho de que la configuración del capital comercial en Latinoamérica, África o Medio Oriente dependía en gran medida no solo de la colonización, sino de los modos de producción frente a los cuales aparece la colonia (el modo de producción asiático) y los distintos abordajes en la forma de colonización. Eso quiere decir, en el caso europeo, que tenemos que hablar ya no solo del período desde el cual se dan las revoluciones burguesas (sean ‘desde arriba’ o ‘desde abajo’) o de la transición del feudalismo al capitalismo, sino de su propia formación como capital comercial. Eso implica abarcar el período de transición entre el feudalismo clásico y el absolutismo. Por último, desde la época de Dobb, pasando por Anderson o Hill, hasta la época actual de Banaji, lo que más se ha cuestionado a la lectura marxista es la imposibilidad alguna de realizar cualquier tipo de análisis esquemático. Es decir, a medida que avanza la historiografía sobre éste período, se descubre una diversidad de un nivel de complejidadtal, que cuestiona muchas de las presunciones ya no solo del liberalismo, sino del propio Marx. Eso quiere decir que haremos afirmaciones muy generales, y que nunca hay que perder de cuenta que existen relaciones tan múltiples y variadasque pueden llegar a contradecir estas afirmaciones, o que incluso una misma afirmación correcta, en la práctica puede darse de formas muy variadas.
Empecemos por el modelo más tradicional y aparente (incluso dentro del marxismo ortodoxo y tradicional): existen dos tendencias distintas en el patricio que representa al capital comercial y que tiene poder sobre la producción manufacturera (por lo que no transforma el modo de producción: es un mediador entre las manufacturas y el comercio), y el burgués o el pequeño-burgués artesano y manufacturero que representa al capital industrial en busca de convertirse en capital comercial. Ésta es la diferencia señalada por Marx en el capítulo XX del tomo III de El capital y que da pie al análisis de Takahashi. La revolución burguesa se caracterizaría en el Oeste (Inglaterra o Francia) por el proceso en que el burgués naciente vence en la formación de su propio proceso de acumulación a la aristocracia, y la revolución burguesa en Alemania, Italia o Rusia se caracterizaría por lo contrario: la burguesía triunfando sobre la aristocracia como parte del capital comercial pasando a ser capital industrial. Esto contradice completamente el análisis de Takahashi: en Alemania, Italia y Rusia no es la burguesía comercial, sino la aristocracia la que elimina (a lo largo del siglo XIX) las relaciones feudales. Eso quiere decir que existen (dentro de la aristocracia) otras dos tendencias también: una a negar el cambio de modo de producción (y haciendo necesaria una revolución), y otra a buscar precisamente ese cambio (aunque tardíamente). ¿Cómo explicar esta paradoja? Si en efecto hay especialmente un recrudecimiento de la servidumbre en Europa del Este, ¿de dónde aparece el impulso progresivo que hace que la monarquía rusa, alemana e italiana elimine la servidumbre a lo largo del siglo XIX, realice la unificación de sus respectivas naciones y haga el paso al capitalismo? O en otros términos: ¿por qué si el liberalismo explica la Paz de Westfalia y la formación de monarquías absolutas como el antecedente del Estado moderno, estas aristocracias no dieron el paso de organizar una economía capitalista? Esto implica, para nosotros, salir de estos dualismos y avanzar hacia un análisis mucho más complejo. Por lo demás, y como veremos a continuación: todas y cada una de estas consideraciones contradicen diametralmente los esquemas y relatos del marxismo tradicional acerca de este desarrollo.
Tendencias completamente contradictorias y complejas entre sí:
a) el absolutismo del Oeste ayuda al desarrollo centralizado del comercio y la manufactura, pero lo hace porque quiere seguir siendo un parásito rentista. Es decir: en efecto el absolutismo permite una penetración mayor de la subsunción real tanto en la agricultura como en la industria, que es la lectura más tradicional del marxismo (enfocada muy unilateralmente en la acumulación originaria del tomo I de El capital), pero esto no lo hace la monarquía ni por un instinto suicida o algo por el estilo, ni por ser más progresivos: lo hace porque la instauración del absolutismo permite una acumulación parasitaria (rentista, comercial y usuraria) mucho mayor. Esto quiere decir que aunque la ‘acumulación originaria’ (y sus respectivas variables: renta en dinero, modo de producción mercantil simple, etc) es una forma de subsunción real, tiene un carácter formal en la medida de que no es el productor directo (medio o pequeño) el que se apropia del valor, sino la aristocracia rentista y comercial (y habla, precisamente, de la necesidad de la revolución por parte del Tercer Estado), y no existe un control directo sobre el proceso productivo (esto último no solo porque la aristocracia es rentista-tributaria, sino porque el burgués-comerciante sigue siendo simplemente mediador entre los productores y la circulación).
b) la burguesía quiere desarrollar sus procesos de acumulación, pero su propio crecimiento ayuda a crear el absolutismo que le sirve de parásito. Es decir: en efecto el impulso burgués es hacia el capitalismo, pero este camino es sumamente dialéctico y no representa en lo más mínimo una constante lineal. Mucha de la alta burguesía, de hecho, ni siquiera se ve antagonista a la monarquía, sino que busca su reforma y su penetración dentro del aparato monárquico. Es una penetración de la subsunción real pero que, por las características apuntadas en el punto anterior, lo frena dentro de un carácter transicional formal.
c) el bajo noble (el príncipe caballeresco) del Este busca su propia acumulación y por eso impide que se desarrolle un absolutismo, pero por la misma razón previene que se desarrolle la manufactura y agricultura desarrollada que le permitiría una mayor acumulación de valor. La vía de Europa del Este demuestra el carácter de la Contra-Reforma y las ‘guerras religiosas’: representan en efecto el interés de los bajos nobles por frenar la aparición de un monarca central que les quite sus poderes políticos y económicos (la desintegración de la era de la caballería). Pero por exactamente esta misma razón, su propio poder político y económico se ve limitado a mantenerse dentro de unos niveles incomparablemente bajos en comparación con el resto de Europa (lo cual va a explicar su debilidad y sometimiento frente a Francia, Suecia o Inglaterra). Podrán extraer más rentas y tener una relación más directa con el comercio sin estar sometidos al poder despótico, pero con proporciones de acumulación menores.
d) el capital comercial del Este busca aumentar su acumulación, pero por su interferencia entre el manufacturero y el mercado, lo que hace es frenarla. Este es otro punto importante porque contradice el mito de que el capital comercial es axiomáticamente progresivo en función de la penetración del capitalismo. A diferencia de la vía revolucionaria, aquí el capital comercial no funciona como un burgués que comercia su producción, sino como un mercader que controla la producción dentro de un régimen fragmentado.
Ahora, el capital comercial corre paralelo a la artesanía y la manufactura, pero también se encarga del comercio agrícola. Si involucramos este elemento agrícola, podemos concluir lo siguiente:
e) depende de la composición agraria el que el terrateniente esté más apartado del comercio (el absolutista) o esté directamente ligado a él (el príncipe). Esto tiene una consecuencia paradójica: lo que agrícolamente significa un atraso (la fragmentación de la producción agrícola del Este) es comercialmente un avance (hace de ese noble –no solo el terrateniente- alguien directamente interesado en la comercialización capitalista). Esto contrapone el carácter regresivo con el que generalmente se considera a la fragmentación de las naciones del Este, con su vertiente progresiva: en efecto se da una ‘segunda servidumbre’ que en lugar de hacer avanzar la renta en dinero, la retrotrae en forma de renta en especie o en trabajo (incluyendo la esclavitud en el feudalismo tardío), pero esto tiene como resultado el que la aristocracia prusiana, italiana o rusa esté directamente interesada en la liberalización económica por su relación con el capital comercial: en lugar de ser un comerciante que media entre los productores y la circulación, se convierte realmente en un terrateniente (más exactamente: un rentista) que está relacionado con la comercialización de la producción, y por esto, confronta las relaciones feudales mismas. Esto no contradice la ‘segunda servidumbre’ (como lo señala Banaji): la servidumbre aumenta la capacidad de explotación del trabajo, y por lo tanto, un mayor plusproducto para la comercialización. Es la obtención de rentas absolutas (subsunción real) pero sin plusvalías relativas (subsunción formal).
f) Por último: lo que agrícolamente significa un avance (mayores rentas a través del absolutismo en el Oeste con una ‘acumulación originaria’ más clásica), es comercialmente un atraso (es un comercio centralizado por mercaderes separados de la producción directa). La subsunción real penetra con más fuerza (ya no solo en términos de renta absoluta, sino de plusvalías relativas: el control del proceso productivo mismo), pero este control lo realiza no el terrateniente agrícola por sí mismo (que al formar parte del absolutismo, es un simple rentista indirecto), sino el comerciante como mediador entre éste y la circulación (frenando cualquier interés progresivo). Esto quiere decir que es una forma intermedia entre la subsunción formal y real, y que Banaji estaría equivocado en hablar de que representen ya relaciones netamente capitalistas; más exactamente: tanto la lectura más típica de lo ‘semi-feudal’ como la lectura de que hay capitalismo durante la monarquía nos parecen ambas solo parcialmente correctas. Banaji se opone correctamente a considerar estas relaciones como semi-feudales, pero tiene que recordar que él mismo se opone también al relato tradicional de que la acumulación originaria representa el inicio del capitalismo en el siglo XVI y que, por lo tanto, el período absolutista es la ‘decadencia del feudalismo’. Al contrario: el absolutismo, si bien podemos considerarlo como decadencia, es también el período de su fortalecimiento y recrudecimiento (y no solo en el Este, algo que esperamos poder señalar aquí). Como bien lo señalan desde Dobb hasta el propio Banaji, existen muchas relaciones agrícolas diversas que no encajan simplemente dentro de la renta en tributo o en dinero. Ésta acumulación originaria representa rentas en dinero, claro, y representa la existencia no solo de una renta absoluta sino de plusvalías relativas, pero éstas últimas no son realizadas ni acumuladas por el propio burgués agrícola en tanto burgués solamente, sino en la forma tributaria por una clase aristocrática (que es la característica por la cual, como señala Brenner, la renta en dinero del feudalismo tardío nunca rompe con el hecho de que la economía global sea básicamente feudal, por más que desaparezca o no la servidumbre).
Como vemos, hay una serie de aspectos muy importantes qué rescatar a partir de ésta interpretación, pero también hay toda una serie de contradicciones realmente ridículas. Pasemos a desmenuzarlas:
- Podemos decir que estos puntos explican el que Italia, Rusia o Alemania tengan tantas ciudades mercantiles dispersas y un atraso en la acumulación de rentas por parte de la nobleza (haciendo que tanto nobles como patricios tengan un mayor interés por acrecentar su acumulación a través de la ‘segunda servidumbre’ o a través del capital en el siglo XIX), y que en Francia o Inglaterra el absolutismo concentre el comercio y la acumulación de rentas en detrimento de la pequeña nobleza y del Tercer Estado (radicalizándolos). En cierta forma, si en efecto hay dos vías distintas de revolución partiendo de una vía que va 1) desde el capital comercial hasta el industrial, y otra que va 2) del capital industrial al comercial (como plantea Marx), es también porque existen tendencias diametralmente opuestas en cada uno de los casos y se agudizan: la tendencia hacia el control del productor directo sobre el comercio en el Este y del control del comercio sobre la burguesía naciente en el Oeste. O sea, completamente al revésde lo planteado por el capítulo XX del tomo III de El capital. Los siguientes puntos serán una continua elaboración de esta primera consecuencia principal.
- Vemos en nuestra pequeña interpretación que hay toda una serie de contradicciones muy serias: afirmamos que el absolutismo impide el control directo de la producción, pero al mismo tiempo decimos que representa un avance de la subsunción real del trabajo en el capital (esto no tiene ningún sentido). Ahora, esto está matizado por el hecho de que existe una subsunción formal (según nosotros mismos) en la que el burgués no controla el proceso de producción, sino el burgués comerciante (paralizando al Tercer Estado, etc). La explicación de este embrollo se debe a lo siguiente: el avance de la plusvalía relativa es mayor tanto en el agro como en la industria del Oeste, pero esto separa a la aristocracia tanto del aristócrata terrateniente como del patricio-comerciante; en cambio en el Este se impide la plusvalía relativa tanto en el agro (no hay disolución del agro feudal como en el Oeste) como en la industria (no se desarrolla la manufactura en oposición al sistema de talleres gremiales), pero esto une más estrechamente a la aristocracia parasitaria con el aristócrata terrateniente y el patricio-comerciante (en la forma del mecenazgo mayoritario en Italia, Alemania o Japón). Y esto tiene que ver con la composición del capital comercial y el industrial: partimos del hecho de que el sistema que el absolutismo hereda del feudalismo clásico, es el sistema de talleres o gremios. Este sistema implica que aunque hay ya medianos y pequeños burgueses que trabajan en talleres no solo artesanales, sino manufactureros, todos están supeditados al comerciante en cuanto éste provee las materias primas para la producción, y al mismo tiempo se encarga de la venta de sus productos en la circulación. Lo que pasa (y esto lo señala Takahashi) es que estos sistemas idénticos difieren en el Oeste y en el Este: mientras que las corporaciones monopolísticas del Oeste se basan en una fragmentación mayor de la manufactura (las ciudades son centros básicamente solo para la actividad comercial de materias primas y productos, y no de la producción industrial misma), en el Este la monopolización se basa en una centralización mayor en las ciudades y pueblos. Esto confirma nuestro apartado e) y f) sobre la dialéctica de la producción agrícola y el capital comercial que apuntamos arriba: la centralización agrícola que implica un avance en el Oeste, en términos comerciales significa un atraso, y la fragmentación atrasada del agro en el Este implica un avance comercial.
Esto quiere decir que aunque en efecto el Oeste de Europa presenta una mayor transición desde el sistema de gremios al de manufactura, y que esto implica la centralización de la producción bajo el mando de los patricios-comerciantes (posibilitanto la plusvalía relativa), estos comerciantes son todavía mediadores del proceso de producción y la circulación, en lugar de ser productores directos interesados en la comercialización de su producción (es decir: no habría que cometer el error que Takahashi le señala a Sweezy, el olvido de la mediación del sistema de producción gremial y estas diferencias que apuntamos). A su vez, es la diferencia que señala Takahashi entre los Independentistas y los miembros de La Montaña en la Revolución Inglesa y Francesa respectivamente (conformados por medianos y pequeños burgueses), y desde los Royalistas hasta los Presbiterianos en Inglaterra y desde los Monárquicos hasta los Guirondinos en Francia (conformados por los burgueses comerciantes). En el Este será completamente distinto: la aristocracia liberará a los productores de las ataduras del sistema de talleres y gremios. Por lo tanto: la separación en la producción y apropiación de valor que se da entre la aristocracia noble y el patricio-comerciante en el Oeste provoca, dialécticamente, su unificación política y económica en el interés de mantener el feudalismo (recrudeciendo su oposición al Tercer Estado y obligando a este último a una revolución), mientras que en el Este la dependencia recíproca entre nobles y patricios-comerciantes (el mecenazgo), provoca lo contrario: su interés de salir de éste feudalismo (pero tardíamente, y de nuevo: no por progresismo, sino para aumentar su acumulación) en sujeción y expoliación de un “Tercer Estado” completamente obstaculizado.
- Toda esta elaboración, irónicamente, contradice entonces a Takahashi: el sistema de gremios desaparece más fácil y rápidamente en el Oeste, lo que (en teoría) implicaría que el burgués-comerciante ya no es simple mediador entre el productor directo y la circulación (ya no existiría el sistema de talleres gremiales), pero esto no sucede: en lugar de significar el predominio de la burguesía industrial sobre el comerciante, continúa representando su supeditación. Como vemos, se relaciona exactamente con la misma contradicción que le señalamos a Takahashi al inicio de este texto, y se explica por lo siguiente: si bien existe ya una plusvalía relativa (un control burgués del proceso productivo), el comerciante sigue estando supeditado a la aristocracia noble y sigue supeditando al burgués. La plusvalía relativa entonces (y contrario a Marx) no elimina necesariamente el carácter de supeditación de la producción industrial al comercio, o representa precisamente la tensión entre el burgués-comerciante y el burgués-manufacturero. Del sistema de talleres al sistema de manufactura, el pequeño maestro burgués sigue operando como simple mediador de la circulación: ya no provee ni limita la cantidad de materias primas (lo que significa que el productor ya en efecto produce para el mercado en general en cuanto valor de cambio), pero solo media la circulación entre los productores de su manufactura y el comerciante, éste último siendo entonces quien se apropia de la mayoría del plusvalor. La única salida para el productor manufacturero será desprenderse de la dependencia del capital comercial, produciendo para todo el mercado en general ya no solo en cuanto valor de cambio, sino a lo largo y ancho de la sociedad en general (es decir: la liberalización económica).
- Ya podemos entonces explicar el porqué de esas contradicciones aparentemente ‘ridículas’ (pero que más bien se vuelven clave): en el Oeste el absolutismo permite a la aristocracia noble depender de una renta en la forma de tributo, que se puede descomponer en cuanto a su origen en rentas absolutas y una mezcla de plusvalías absolutas y relativas provenientes del patricio-comerciante y del terrateniente, etc. En el Este la nobleza será directamente dependiente ya no solo de la renta en forma de tributo, sino de la posibilidad de que las rentas y plusvalías absolutas del terrateniente o del comerciante (respectivamente) pasen a extraer plusvalías relativas, todo de la mano de la prosperidad de sus propios comerciantes y terratenientes a través del mecenazgo. Sin embargo, en el Oeste el carácter de esas plusvalías es más avanzado (fruto de la acumulación originaria en el campo, y de la manufactura en la ciudad), mientras que en el Este todavía depende (como lo señala Banaji) de la relación entre dominio y posesión campesina (como forma general del feudalismo), y de la comercialización de excedentes. En este caso, es importante notar que si bien el radio de proporción entre dominio/posesión-campesina es la forma predominante a lo largo del feudalismo, se contrapone también a la relación entre dominio y la existencia de pequeñas propiedades o parcelas, la cual es más predominante en el Este. Eso quiere decir que la extracción de valor tiene un carácter todavía más atrasado en esas regiones.
- Tanto la relación entre plusvalía absoluta y relativa, como el carácter de subsunción formal y real, como el de las dos vías de relaciones entre el capital comercial e industrial, deben matizarse entonces con otra relación: la composición del capital comercial. No es una ‘politización’ de lo económico (como se le critica a Brenner a veces, por ejemplo), sino al contrario: es una dependencia o relación recíproca en cuanto a la composición del valor que extraen tanto la aristocracia como las burguesías comerciales o los terratenientes, partiendo de las pequeñas y medianas burguesías urbanas o rurales, y por último, claro, el trabajador artesano/manufacturero y agrícola. El tributo-renta que extrae la aristocracia del Oeste es completamente parasitario e independiente del hecho de que esté compuesto por la renta absoluta y las plusvalías absolutas y relativas de los terratenientes o los burgueses, mientras que la aristocracia del Este está estrechamente vinculado con la posibilidad del terrateniente o del burgués de pasar de plusvalías absolutas a las relativas. Esto explica (por lo menos desde estas interpretaciones, que no pretenden en lo más mínimo ser las únicas) tanto a Bismarck (Alemania) como a Alejandro II (Rusia) como a Víctor Manuel (Italia), etc. Quiere decir que aun existiendo plusvalías relativas pertenecientes a una subsunción real, la supeditación de la industria al comercio las volverá formales o las colocará en un lugar intermedio o transicional entre la subsunción formal y la real. En otras palabras: el mecenazgo es un adelanto de capital que es percibido no a través de la ganancia comercial o industrial directa, sino a través de la tributación ejercida por el Estado feudal. Esto convierte al monarca básicamente en un ‘inversionista’. Si partimos del hecho de que el mecenazgo es mayor en el Este y que el carácter ocioso y alejado del comercio de la aristocracia es mayor en el Oeste, esto reconfigura completamente nuestra visión de la aristocracia de esas regiones: en lugar del conocido relato (incluso dentro del marxismo) de las aristocracias del Oeste siendo más ‘avanzadas’ y las del Este siendo más ‘atrasadas’, aquí ya no solo el absolutismo ‘recrudece’ el atraso feudal, sino que la aristocracia alemana, italiana o rusa habrían desarrollado una forma más ‘avanzada’ (para la época) de explotación aristocrática.
- Si nos hemos centrado tanto en el período absolutista, y decíamos que queríamos enfatizar la transición del feudalismo clásico al absolutismo, es por una razón relativamente sencilla: creemos que todos estos procesos se pueden resumir en la agudización de la contradicción entre relaciones de producción y reproducción y fuerzas productivas, pero sin que unas signifiquen ‘feudalismo’ y las otras ‘capitalismo’. Creemos importante subrayar que para nosotros la gran diferencia entre el Este y el Oeste se decidió en las ‘guerras religiosas’ que se dieron justo después de la Contra-Reforma: la Contra-Reforma para nosotros es el intento no de frenar el capitalismo, sino el absolutismo. Y es por esta razón (como lo señalan desde Dobb hasta Banaji) que el absolutismo representa un recrudecimiento (y no una decaída) del feudalismo. Es después de este período que se decide pasar del modelo del ‘suzerano’ clásico a la monarquía absoluta en el Oeste, y al modelo del ‘emperador’ electo en el Este. Ambos representan un giro desde una burocracia central temporal, a una permanente: una de la mano de una burocracia fuertemente centralizada (en el Oeste), y otra con un equilibrio de fuerzas más atrasado e intermedio entre el feudalismo clásico y el absolutismo: el modelo de ‘vicariato’ como aparato político permanente, pero que en ningún modo constituye (a diferencia del absolutismo más clásico) un poder soberano por encima del resto de nobles feudales. Y no es, de nuevo, simplemente algo ‘superestructural’, sino que son las formas políticasen que las distintas aristocracias lidian con su propia acumulación de valor feudal.
Desde Europa de vuelta a Latinoamérica, África y Medio Oriente:
Las consecuencias del análisis que acabamos de realizar son enormes para nuestras regiones. Implican que más allá de una centralización o fragmentación física o geográfica solamente, estamos hablando de la composición de los flujos de valorización. Latinoamérica tiene un capital comercial mucho menos parasitario, y por lo tanto, el terrateniente buscará su propia emancipación comercial en conjunto con ese capital comercial: el Independentismo. En África y Medio Oriente, por el contrario, el capital comercial acapara la producción agrícola y la manufacturera/industrial, y por lo tanto el terrateniente no tendrá ningún interés en la liberalización económica instaurada a través de la democracia. De este modo, el capital comercial va a dividirse: entre quienes quieren mantener el modelo agro-exportador, y entre quienes quieren pasar a la industrialización y la creación de un mercado interno. Mientras que en la colonia el capital comercial latinoamericano representó una tendencia progresiva hacia la Independencia (en conjunción con el terrateniente), ahora en vista de su enriquecimiento a partir del modelo agro-exportador capitalista, pasará a convertirse en defensor del modelo oligárquico del que forma él mismo parte; o más exactamente: se dividirá entre las tendencias más elitistas y las de la naciente mediana y pequeña burguesía comercial (la cual sí buscará la salida de la dependencia agro-exportadora impuesta desde la colonia). En África y Medio Oriente el comercio agrícola monopolizado por los terratenientes impedirá toda formación de un Estado central fuerte, y serán los comerciantes ligados a la manufactura urbana los que impulsarán la liberalización económica, solo que a través de la mediación del rentismo. El rentismo estatal de África y Medio Oriente percibe sus tributos casi como una ‘renta absoluta’ (en tanto “terrateniente general”), mientras que el rentismo estatal latinoamericano lo percibe como un tributo por mediación de los sectores productivos. Tal y como en Europa: en las regiones donde el rentismo es más independiente de la acumulación del propio valor que extrae para subsistir, se vuelve más reaccionario y opuesto a toda forma de liberalización o de industrialización; mientras que donde el rentismo depende directamente de las formas de acumulación, éste entonces estará directamente interesado en promover la liberalización económica capitalista.
Recordemos que tanto el Pan-Arabismo como el Pan-Africanismo recibió (en su período temprano) apoyo de los poderes coloniales que los ocupaban en sus proyectos de industrialización; en Latinoamérica será el caso contrario: el colonialismo estadounidense detendrá cualquier intento de creación de mercado interno e industrialización con sangre (las dictaduras). El liberalismo e incluso algunos marxistas, explican esta diferencia por las ‘idiosincrasias’ de los europeos en oposición a los estadounidenses, pero vemos ahora que esta es una explicación muy débil: tanto en Latinoamérica como en Medio Oriente y África el capital comercial está mayoritariamente compuesto por capitales extranjeros (todavía más en el capital industrial), y es precisamente el hecho de que el capital comercial esté más ‘fragmentado’ en las regiones africanas y de Medio Oriente (extrayendo simplemente plusvalías absolutas) en oposición a la ‘centralización’ latinoamericana (donde se extrae plusvalor absoluto y relativo), lo que explica sus necesidades de aumentar sus procesos de valorización a través de la industrialización en una región, y su complacencia con el modelo agro-exportador en otra: tal y como en Europa, en las regiones donde el capital comercial (por más plusvalías relativas) se vuelve parasitario con relación al industrial, frenará toda forma de liberalización o de industrialización; en donde el capital comercial esté en función de la producción misma, avanzará hacia la liberalización o la industrialización.
Si tratamos de conjugar esos dos últimos párrafos (sobre rentistas y comerciantes), vemos que describen en efecto (aunque sea parcialmente) las relaciones en el desarrollo histórico de Latinoamérica, África y Medio Oriente: el rentismo (especialmente eclesiástico) latinoamericano impedirá toda reforma tanto como el gran capital comercial que acumula valor a partir del modelo agro-exportador. El rentismo (especialmente militar) en África y Medio Oriente buscará reformas en conjunción con el capital comercial que, ante el control fragmentado del comercio por los terratenientes, buscará otras áreas de la economía para acumular. O como decíamos en el texto anterior: “los sectores burgueses no son todos progresivos en oposición a un feudalismo (como lo planteaba en cierta forma la teoría imperialista y el propio Marx), sino que dependen de su no-relación con el capital comercial, o mejor aún: de la composición específica del capital comercial: en Latinoamérica serán los sectores pequeño-burgueses con aspiración a convertirse en burgueses, en África y Medio Oriente los rentistas del Estado con la misma aspiración; en Latinoamérica la transferencia de valor desde los sectores exportadores hacia los manufactureros/industriales se da a través de un capital comercial autónomo y ligado a una institucionalidad político-estatal, mientras que en África y Medio Oriente la transferencia de valor desde la exportación hacia las manufacturas/industrias solo lo puede realizar el Estado de manera directa (en la medida que el comercio está vinculado directamente al modelo exportador). Así hay un sector comercial y burgués manufacturero/industrial interesado directamente en la industrialización y la creación de un mercado interno en Latinoamérica, mientras que la división entre el sector comercial y manufacturero/industrial en África y Medio Oriente hace que todos los intentos de liberalización económica y política que permitan el desarrollo de la industrialización y el mercado interno pasen por una supeditación del sector manufacturero/industrial a los rentistas estatales (militares, etc) como única posibilidad de romper con el modelo exportador.”
Más aún: esto explica que el capital comercial extranjero, por ejemplo, con su predominio general sobre la manufactura y la industria incipiente de Latinoamérica, África y Medio Oriente a través de la supeditación comercial de la industria (la supeditación al modelo agro-exportador de la división internacional del trabajo tal y como la establece Hilferding, la imposibilidad de desarrollar un mercado interno autosuficiente, la dinámica de producción para la exportación y consumo importado, etc), sea divergente entre cada una de estas regiones en otro sentido: directamente involucrado en la industria sometida de Latinoamérica (con un Estado que es básicamente compuesto por representantes precisamente de la oligarquía terrateniente y comercial de ese modelo), y por mediación directa del Estado en África y Medio Oriente (desde la industrialización del Imperio Otomano o del Rey Mehmet Alí en Egipto mucho más temprana –en el siglo XIX- en África y Oriente Medio en comparación con Latinoamérica –donde se dará hasta el siglo XX-, por ejemplo). Tanto en Latinoamérica, como África o el Oriente Medio, el capital comercial no tiene casi una manufactura qué someter a su propia acumulación, pero en la medida de que el terrateniente latinoamericano produce para el mercado (después de la liberalización económica conquistada con la Independencia) dejando en manos del capital comercial autónomo el monopolio de la circulación, y en Oriente Medio o África el terrateniente produce como comerciante fragmentando el capital comercial y haciendo que el capital comercial autónomo no tenga en lo más mínimo el monopolio de la circulación, el capital comercial autónomo latinoamericano podrá involucrarse directamente como mediador de la industria, y el capital comercial autónomo africano o de Oriente Medio lo tendrá que hacer a través del Estado. ¿Por qué?
Porque el “terrateniente general” que es el Estado africano o de Medio Oriente lo vuelve más ‘avanzado’ (en tanto percibe el equivalente de una renta absoluta de toda la nación), en comparación al terrateniente que simplemente produce para el mercado desde Latinoamérica: por más que el Estado africano o de Medio Oriente tenga un poder político central mucho menor en comparación a las regiones fragmentadas y alejadas de ese centro, en términos económicos y dentro de las proporciones de su propio contexto (es decir: no en términos de masa absoluta, sino en términos relativos), percibe una proporción de ‘rentas y plusvalías absolutas’ mucho mayores de lo que jamás podría imaginarse un Estado latinoamericano (el cual ni siquiera percibe exactamente ningún tipo de plusvalía absoluta en términos de una relación directa con la renta-tributaria: no es “terrateniente general” en lo más mínimo). Por su parte, el capital comercial ya tiene el monopolio del modelo exportador latinoamericano, mientras que en África no: esto se debe precisamente a la gran diferencia entre las colonias latinoamericanas, africanas y asiáticas, en donde el modo de producción asiático de la América Precolombina es radicalmente sustituido por la colonia (como lo tratamos aquí y aquí), mientras que la colonia africana o asiática simplemente se adapta a la situación autóctona como forma de parasitismo. Son formas radicalmente distintas de modelos ‘exportadores’ o de división internacional del trabajo entre países “industriales” y países “agrícolas”/productores de “materias primas”. De este modo, en efecto el capital comercial de Latinoamérica estará mucho menos interesado en una transferencia de valor desde la exportación agrícola a la industria (el capital comercial extranjero ya percibiría plusvalías incluso relativas, por ejemplo, como parte de la composición de su ganancia comercial), y será su prioridad más importante en los países africanos o asiáticos discutidos aquí (donde la ganancia comercial no está compuesta en cuanto a su origen económica de plusvalías relativas de ningún tipo, además de una cuota mucho menor de plusvalía en general debido a la fragmentación del capital comercial propiamente dicho entre los terratenientes autóctonos).
Posibilidades
Por último, eso significa no solo que el meollo del subdesarrollo de las periferias neo-coloniales latinoamericanas, asiáticas o africanas, está en su carácter transicional entre la subsunción formal y la real, sino que Latinoamérica, África y Oriente Medio se encuentran en la misma situación transicional que la de Europa en su propia transición desde el pre-capitalismo al capitalismo. El trayecto por el proceso de transición del feudalismo al capitalismo en Europa, nos ayuda a concluir que también en la producción industrial se desarrolla una transición entre la subsunción formal y real: en el Oeste hay plusvalías absolutas y relativas, pero se frena el carácter productivo de la plusvalía relativa (es apropiado por el patricio y no por el burgués). Del mismo modo, en el Este no hay plusvalía relativas, pero eso hace que la tensión se dé por el salto desde las plusvalías absolutas a las relativas. En el agro europeo se da el mismo proceso. Y nosotros concluíamos a propósito de Latinoamérica, África y Oriente Medio lo siguiente: “Esto nos ayuda a ser más exactos acerca de por qué hablamos de grados divergentes de transición entre la subsunción formal y la real: en Latinoamérica el terrateniente es propietario directo de la tierra (renta absoluta y plusvalías relativas propias de la subsunción real), pero predomina la pequeña y mediana parcela agrícola (comercializando excedentes tal y como en la subsunción formal), mientras que en África y Medio Oriente el terrateniente recibe su renta pero sin transformar el proceso productivo comunal (una renta absoluta sin plusvalías relativas), y se encarga también de comercializar excedentes (tal y como en la subsunción formal).” Como vemos, es exactamente la misma relación, trasladada al ámbito agrícola o industrial en uno u otro caso.
Esto noimplica homogenizar los modos de producción pre-capitalistas ni el desarrollo de las regiones (hay que tener mucho cuidado con esto): no implica que las neo-colonias del globo sean ‘semi-feudales’ como Europa, ni que el desarrollo europeo se repita(o se vaya a repetir) en las regiones asiáticas, africanas y latinoamericanas; todo lo contrario: implica precisamente que la definición del dependentismo acerca del sub-desarrollo proviniendo desde la colonia es completamente acertado: en Europa se trató de la salida del feudalismo al capitalismo, en Latinoamérica, África y Medio Oriente se trata de la salida (nunca cumplida y completamente atrofiada) del modo de producción asiático comunal, pasando por la colonia y hacia ese mismo capitalismo, y no se trata de un desarrollo paralelo (como si Europa iluminara el camino del futuro que transitarán las neo-colonias, no), sino de que la salida europea desde el feudalismo al capitalismo implicó ya (es decir: la transición del feudalismo clásico al absolutismo, y de éste al capitalismo en Europa: precisamente el período que coincide con la colonización por la que clama el dependentismo) la supeditación de las regiones coloniales a su propia atrofia. Latinoamérica, África y Medio Oriente estamos como atascados en lo que para Europa fue el desarrollo del absolutismo en tránsito al capitalismo, pero precisamente por el tránsito triunfante del capitalismo europeo (el hecho de que sí pasó de esas formas transicionales en la subsunción del capital a formas plenamente reales), no existe un desarrollo ‘etapista’ o generalizado en el mundo, sino que se supeditó el desarrollo mismo de las colonias a ese su carácter transicional e híbrido entre lo formal y lo real. Mientras Europa pasó plenamente hasta una subsunción real del capital, Latinoamérica, Asia y África se quedan en la etapa transicional que vivió y superó la propia Europa; y el desarrollo europeo (más exactamente: de las potencias coloniales en general) bloquean cualquier salida desde esa transición. Menos que atravesar las etapas por las que pasó Europa, cualquier desarrollo periférico implica entonces el romper con el neocolonialismo capitalista. No se trata de ‘vestigios feudales’ que tienen que ser desarrollados (como lo repitió una y otra vez el stalinismo caduco), cuando en Latinoamérica la independencia generó plenamente relaciones capitalistas en el siglo XIX, o cuando ya para mediados del siglo XX existen relaciones predominantemente capitalistas por lo menos en Oriente Medio (Cliff), sino que se trata de que para tan siquiera alcanzar un desarrollo capitalista remotamente superior para los pueblos neocoloniales, es necesario romper con el colonialismo interno al propio capitalismo.
Esto quiere decir que la construcción de un verdadero mercado interno en todas estas regiones periféricas es una tarea anti-colonial. El desarrollo capitalista se contradice con el propio desarrollo capitalista. Tanto el desarrollo de una agricultura extensiva (a través de métodos cooperativos) en oposición a la nefasta política de la propiedad privada individual y parcelaria (especialmente fracasada en África y Oriente Medio), como el desarrollo de la demanda agregada en oposición al modelo exportador-importador, etc, todos implican una visión del capitalismo radicalmente distinta de la heredada por el colonialismo, y es la única forma de adaptación a las nuevas compenetraciones y desarrollos del capital mundial. La creación de un mercado interno por sí mismo no elimina ninguna de las contradicciones del capitalismo, pero puede mejorar las condiciones de vida de los pueblos mientras no nos planteemos globalmente una forma de salir completamente del modo de producción capitalista.
(de comprobarse esta interpretación (frente a un análisis más atento), esto quiere decir que la relación entre el capital comercial y el resto de capitales (las tendencias 1 y 2 del capítulo XX del tomo III de El capital, contrapuestas dialécticamente con sus tendencias diametralmente opuestas), tendrían una característica que ya no es simplemente regional, sino que explica dinámicas que atraviesan las regiones discutidas (Latinoamérica, África, Oriente Medio y Europa), y por lo tanto, estaríamos frente a la posibilidad de interpretar una dinámica del capital internacional, mundial o del “sistema mundo” o como se le quiera llamar. Es decir: una característica del desarrollo del sistema económico global.)