¿Neo-marxismo o más allá de Marx?

No somos ‘neo-marxistas’. No queremos ni ‘revivir’ ni ‘volver’ a Marx. Nuestro planteamiento es simple: la teoría marxista sigue siendo más avanzada incluso que desarrollos económicos posteriores que, en realidad, se retrotraen a posiciones económicas más anticuadas que las de Marx, y no logran resolver los problemas a los que se enfrentan. Se puede resumir así: la teoría marxista de la transformación del valor en precios demuestra que se puede vender por debajo del valor invertido, y aún así generar una ganancia superior al capital invertido (lo cual contradice la noción de que la ganancia es simplemente un alza comercial con respecto al precio de costo que se ‘equilibra’ -de manera imperfecta o no- en la oferta y la demanda), y que por esa misma razón esa ganancia no solo proviene del proceso de producción, sino que proviene específicamente del trabajo (en la medida de que la proporción de plusvalor no responde a las proporciones de capital fijo o circulante). Tanto las explicaciones marginalistas y neo-clásicas en las que el alza y baja de precios en la oferta y la demanda se iguala a un alza y baja de ganancia por las empresas, como en todas las teorías económicas “heterodoxas” (schumpetereanas, sraffianas o keynesianas/kaleckianas) donde se trata de pasar del ámbito ‘comercial’ al ‘productivo’ (o de la oferta y la demanda a los factores agregados, pero siempre vistos en términos de precios de costo u oferta y demanda, etc), todas obvian la realidad empírica (y completamente evidente para cualquier capitalista), de que hay una heterogeneidad entre el precio y el valor que se genera a través de esos precios. Las economías marginalistas y neo-clásicas sucumben ante el problema y se refugian en la oferta y la demanda tal y como lo hizo Smith o smithianos como Say, mientras que las teorías críticas que mencionamos antes se dan cuenta del problema de las teorías smithianas, llegan al proceso productivo, pero se detienen ante el misterioso problema del precio tal y como lo hizo Ricardo. El logro de Marx es haber resuelto este misterioso y complicado problema, no solo como un logro marxista, sino como un logro que sin duda no podría haber sido resuelto sin Ricardo y que es un logro del pensamiento económico en general.

Y al mismo tiempo: precisamente por este análisis correcto de la relación entre la forma y el contenido del valor, Marx está completamente equivocado acerca de sus conclusiones políticas. No solo el comunismo (para nosotros) es completamente irrealizable, sino que incluso la noción misma de una economía planificada de manera centralizada entra seriamente en duda: la única “planificación” post-capitalista posible es acerca de cual será el funcionamiento entre el contenido y la forma del valor; es decir: entre una forma de intercambiabilidad y la producción. Toda la crítica acerca de la separación de lo político y lo económico durante el capitalismo, y de la necesidad de volver a unirlos bajo la forma de una economía absolutamente planificada, se vuelve completamente retrógrada. Todos los intentos de economías planificadas se enfrentaron a la realidad de que no solo hay intercambio comercial entre la producción y el consumo, sino entre las distintas ramas de la producción, y de que la única forma de “planificar” este intercambio era a través del freno al desarrollo de las fuerzas productivas: nunca se eliminó el intercambio mercantil (basado en precios, salarios, contratos, etc), ni siquiera en los sectores completamente nacionalizados/estatizados; se buscaba producir de acuerdo a las necesidades, pero las previsiones de cuales eran las necesidades eran imposibles de ser previstas a priori. La productividad cayó en términos reales, y se hicieron necesarias cada vez más políticas de mercado, hasta que la caída de la tasa de ganancia hizo sentir su efecto frente a los compromisos crediticios, y se desató la Perestroika. Se llega entonces a la disyuntiva: si hay planificación (y el Estado le fija al productor directo sus precios, sus cantidades de productos, sus consumidores, etc), se produce burocracia (la famosa “caída de la productividad del trabajo”: se detiene la capacidad del productor directo de decidir el desarrollo de sus propios medios de producción); si se combate la burocracia (y el productor directo tiene en efecto el poder de posesión sobre sus medios de producción), no puede haber planificación (o por lo menos estaríamos hablando de una organización/cooperación social radicalmente distinta a la del “plan”). No es solo que la propiedad común jurídica sea distinta de la socialización efectiva al nivel de la posesión o de las relaciones de producción y reproducción, es que al nivel mismo de la socialización efectiva es imposible cerrar la brecha entre la producción y el consumo (agregados). La forma de intercambiabilidad equivalente no depende de la forma-dinero y puede ser intercambiada proporcionalmente de manera inmediata (el trueque simple), ¿pero cómo intercambiar de manera equivalencial produciendo de acuerdo a las necesidades, y no de acuerdo a la magnitud misma de esa relación? ¿Cómo se evitaría la explotación del trabajo por vía de una redistribución del excedente (no solo entre producción y consumo, sino entre las mismas ramas productivas), sin una medición de la magnitud de esa relación equivalencial distinta del valor de cambio capitalista? Esta fue precisamente la razón de las políticas mercantiles dentro de los sectores públicos/estatizados, aunque nunca se cumplió (como lo señaló, entre otros, Bettleheim y el propio Dobb) lo planteado ya no solo en un comunismo futuro, sino ni siquiera en la fase socialista tal y como la planteaba Marx en su Crítica del programa de Gotha.

De hecho: observamos con horror como la mayoría del marxismo (a excepción de Mattick y la Oposición Obrera de Myasnikov), incluso siendo críticos de la burocracia soviética (desde el trostkismo –tanto mandelista como morenista- hasta Bettleheim, o desde Sweezy hasta algunas de las oposiciones de izquierda anteriores y paralelas a la Oposición de Izquierda, etc), defienden el capitalismo de Estado como una etapa transicional hacia el socialismo, y por lo tanto, la existencia del valor de cambiocapitalista. No es otro sino el propio Lenin (y desde antes, creemos, por el proio Kautsky) el que da sentencia a esta formulación completamente ajena a cualquiera de las formulaciones de Marx (incluso para países atrasados como Rusia). La ley del valor se contradice a medias o transicionalmente con una llamada ‘acumulación socialista’ (Preobrazhensky), cuando no existe la retribución de acuerdo al trabajo ni las determinaciones de las magnitudes de intercambio (no solo de consumo, sino de producción) de acuerdo al trabajo socialmente necesario, etc. Como dice Maximilien Rubel: el marxismo es tal vez la historia más trágica del siglo, en la medida de que muchos de los planteamientos de Marx no fueron conocidos sino después de que muchos se lanzaron a la arena política en su nombre. Mientras no se haga un trabajo serio de crítica de todos estos posicionamientos, y en especial de las características concretas del fenómeno burocrático en Rusia, China, Cuba, Vietnam o en los países del Este de Europa, el marxismo seguirá estando condenado a repetir esta tragedia como un Sísifo.

Y esto, en efecto, abre el debate en (casi) todas direcciones. Estamos algo así como entre la disyuntiva entre Bujarín y Preobrazhensky, solo que no solo rechazamos a Bujarín: creemos que las economías socialistas conocidas hasta hoy ni siquiera lograron una ley del valor socialista, sino que era una ley del valor capitalista de cabo a rabo, solo que bajo métodos de planificación que, como ya dijimos, afectaron su desarrollo, y una formación socio-económica de explotación del plustrabajo radicalmente distinta: el capitalismo de Estado. Nosotros creemos que la ley del valor capitalista debe ser abolida y sustituida por otra ley de equivalencias (para usar el término de Rubin). Creemos en la medida de acuerdo al trabajo socialmente necesario, pero no creemos que esto pueda en ningún modo pasar a la producción de acuerdo a necesidades entendida como un desprendimiento de cualquier forma del valor que sirva de equivalencia por la magnitud de ese valor-trabajo (es decir: no puede existir sin ninguna forma de mercado, tal y como en Preobrazhensky, pero yendo mucho más allá: dejando de lado la planificación, el dinero, etc). Creemos que la lucha por el control y administración obreros de la producción es una lucha por la independencia del productor directo y particularpara utilizar sus medios de producción de acuerdo al mayor desarrollo de las fuerzas productivas que le sea posible (sin ninguna planificación que lo frene), y que la medida de acuerdo al trabajo socialmente necesario es lo que debería servir de magnitud para coordinar u organizar las relaciones de producción y reproducción en las que entre ese productor directo; es decir: que la independencia del productor directo y particular con respecto a cualquier planificación, y el hecho de que satisfaga sus necesidades de acuerdo a la retribución desigual de su trabajo (como unidad productiva o como consumidor), se vuelven no obstáculos, sino condiciones necesarias para superar el capitalismo: la descentralización y la competencia (emulación), a través de la organización y cooperación que establezca como base de sus relaciones económicas el tiempo de trabajo socialmente necesario (es decir: con relaciones de producción y reproducción radicalmente distintas). El resultado es diametralmente opuesto al socialismo/comunismo marxista: un mercado que no está basado en el valor de cambio capitalista (ni siquiera en el dinero, como equivalente general), y una cooperación/organización que se basa en la asociación libre de productores directos para establecer los términos de su intercambio. Todas las oposiciones en las que se basa el izquierdismo/derechismo desechas.

Y más allá de que estas parezcan consideraciones políticas, son (para mí) en primer lugar científicas: Samuelson hace una relativamente buena crítica de Marx, solo para concluir confirmándolo: en efecto la única forma en que el tomo I y el tomo III sean consistentes (dice el propio Samuelson), es si todos los capitales tuvieran la misma composición orgánica. Lo que Samuelson no parece saber es que el considerar el capital constante de todos los capitales como equivalente a 0 (en el tomo I), es completamente idéntico a considerarlo como de la misma magnitud constante: exactamente lo mismo que si todos los capitales tuvieran la misma composición orgánica. La misma crítica realizan desde el keynesianismo de Robinson hasta el sraffianismo neo-ricardiano de Steedman. Lo mismo desde David Harvey hasta Sweezy. Tal vez no haya ejercicio más difundido que el de corregir o de señalar las inconsistencias de Marx. Ejercicio no solo saludable, sino completamente necesario. Nuestra actualización busca otra vía de revisión. En todo caso, creemos que todas las teorías económicas hacen algún aporte valioso: incluso la teoría neoclásica (desdeñada por la mayoría del marxismo) no es un completo desperdicio teórico, sino que explica solo parcialmente ciertos elementos de la economía: si Marx hubiera conocido la revolución marginalista/neoclásica (especialmente post-Marshall) creo que no habría nunca negado que la competencia juega un rol en la determinación del plusvalor/ganancia media (así lo afirma una y otra vez en su tomo III o en sus manuscritos económicos de 1861 en adelante); las teorías schumpetereanas, sraffianas y keynesianas son admisiones, cuando menos, de que el neoclasicismo no explica totalmente la economía, y aunque no comparten los planteamientos de Marx en ningún modo, están señalando precisamente las mismas inconsistencias que les señala Marx desde sus Cuadernos de parís (asumiendo que la crítica al concepto de utilidad en Say puede servir de antesala a una crítica del marginalismo, con sus diferencias), por lo que contribuyen junto al marxismo a elaborar una crítica de la ortodoxia económica.


Pero definitivamente no buscamos con eso insertarnos dentro del ‘campo marxista’, como si reivindicar sus teorías o criticar a quienes lo critican sea automáticamente la postulación de otro marxismo más: el movimiento marxista (políticamente) tal vez sea el movimiento más estancado y en declive crónico que exista en el mundo, precisamente en la misma medida de que es incapaz de asimilar cualquier tipo de rompimiento con Marx. Lo único que queremos es afrontar problemas nuevos: reivindicamos lo avanzado por Marx porque todavía no ha aparecido nada realmente “nuevo” (que no sea ricardiano o peor), y lo criticamos por exactamente lo mismo; por un lado creemos que para eso es necesario rescatar a Marx del izquierdismo político y de en lo que sus seguidores lo han transformado, y al mismo tiempo ser inmisericordes frente a cualquier valoración de su trabajo frente a lo que vivimos hoy. Y que todas las tendencias ideológicas puedan no solo discutir a Marx, sino incluso retomar sus aportes en función de las visiones más dispares que uno pueda imaginarse. Exorcizar de una vez por todas a Marx. Que no implique políticamente nada solo por defenderse algo ‘marxista’ (suspendamos por un momento la política, aunque sabemos que todo esto es perfectamente político: Weber dice que es necesario poder señalar las cosas feas y desagradables de la realidad, y estoy más que convencido que eso es imposible siguiendo consideraciones puramente políticas) y que al mismo tiempo cada vez más tendencias políticas (desde cualquier dirección) se enriquezcan con un trabajo todavía inigualable, que hagan sus propias actualizaciones o críticas, que sospechen de las mismas críticas repetitivas de ‘inconsistencia’ que se hacen contra Marx, o que hagan críticas nuevas, incluidas las nuevas interpretaciones que planteamos nosotros, etc. Esto creo puede beneficiar no solo a ‘marxistas’ e ‘izquierdistas’ (que lo puede hacer), sino a quien sea.

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