Colonialismo y periferias IV: notas rápidas, García Nossa, etc



Nosotros decíamos: es imposible reducir las diferencias y grados que se salen de esquemas y conceptos tan generales como los que proponíamos en nuestra interpretación. A pesar de nuestra lectura inicial se alzaban inmensos los ejemplos de Haití o de China y Vietnam (estos últimos por fuera completamente de nuestra área principal de estudio, pero asomándose desde afuera como excepciones a nuestras elaboraciones). Más aún: es necesario ver el análisis de relaciones particulares y específicas (casi cotidianas), para ver cómo esos elementos estructurales se traducen en relaciones más cercanas, etc. Eso es lo que queremos hacer aquí: nuestra interpretación creemos puede ayudar a entender estas excepciones, y cualquier otra que hayamos ignorado aquío aquí, entre cualquier otrade nuestras intervenciones, etc.


A

- Re-leyendo el texto clásico del economista e historiador colombiano Antonio García Nossa titulado Tipología del minifundio latinoamericano, vemos ya presentes preocupaciones como las que enfatiza Jairus Banaji hoy: es imposible reducir la especificidad de las relaciones agrícolas. Y como veremos, tiene consecuencias no solo “micro-económicas”, sino globales. En Latinoamérica hay una división entre el terrateniente que comercia al por mayor (por ahora dejaremos de lado la diferencia entre el mercado informal y formal, más o menos como en la tipología de Eric Wolf), el terrateniente que extrae rentas en dinero y deja que sus arrendatarios comercien al detalle, el campesino con tierra que comercia su propia producción al detalle o al por mayor (este último siempre a través del terrateniente que comercia al por mayor), el aparcero o jornalero que trabaja para el terrateniente que comercia al por mayor o para el campesino con tierra que comercia su propio producto, y el arrendatario que paga al terrateniente rentista, etc. En África y Oriente Medio el terrateniente que arrienda y percibe una renta en dinero dejando a sus arrendatarios comerciar al detalle no existe, ya que el comercio al detalle lo realiza él mismo como jefe de villa o tribal: sería como vender productos y pagar la renta (¡además del tributo!) a la misma persona y al mismo tiempo, y por esto tampoco existe el campesino con parcela que comercia su propia producción al por mayor, no solo porque exista o no una propiedad o posesión individual o colectiva (debido a la ley consuetudinaria tribal africana o de Oriente Medio), sino porque el jefe tribal o de villa media entre el terrateniente que comercia al por mayor y el pequeño productor.

En cierta forma, el comercio al detalle en Latinoamérica es más reducido (cada productor va al comercio individual a vender, y luego pagar su renta en dinero, etc), mientras que el comerciante-terrateniente de África y Oriente Medio concentra mucho más el comercio (cada productor pasa su producto al jefe de villas o tribal). Y el comercio al por mayor latinoamericano obtiene más valor (ya que no hay ningún intermediario) mientras que en África y Medio Oriente obtiene menos (el margen comercial es mucho menor). No se trata de esquemas, sino de grados: el productor individual latinoamericano no se compara con la producción comunal africana o de Medio Oriente (en términos de división social del trabajo, etc), pero la centralización de la acumulación comercial en Latinoamérica es mucho mayor que la de Oriente Medio y África. Esto permite a su vez el predominio de la acumulación en el sector rentista-estatal en África y Medio Oriente (debido a la pérdida relativa de acumulación comercial: casi toda actividad productiva es estatal), y el predominio del comercio en Latinoamérica: los excedentes ociosos de valor que pueden ser aplicados a la reproducción ampliada por parte de esos sectores será mucho mayor, y serán por esto los que buscarán el traspaso de valor desde la economía agrícola a la industrial (la pequeña-burguesía industrial y comercial en Latinoamérica, y los funcionarios públicos, profesionales liberales y militares en África y Oriente Medio).


B

- En ambos casos se cumple el mismo principio: la fracción hegemónica en términos de acumulación (del capital comercial en Latinoamérica, y del rentismo en África y Medio Oriente) desarrollan una mayor acumulación que les permite ser los únicos sectores de la sociedad con el capital suficiente para sostener una reproducción ampliada industrial. Esto es tan cierto que aun cuando inicia la industrialización incipiente de las periferias durante la segunda mitad del siglo XX (‘taylorismo primitivo’, ‘fordismo periférico’ y demás categorías de Lipietz, solo por poner un ejemplo), quienes controlan ese proceso son precisamente dichos capitales: el capital comercial latinoamericano, y los rentistas-estatales de los países del Golfo petrolero o del resto de Oriente Medio y África (sean clérigos o militares). Pero al mismo tiempo, lo que les permitió tener esa hegemonía es precisamente el no aprovechar la posibilidad misma de su hegemonía: el frenarla. Aquí se revela que el carácter parasitario y atrofiado de la lumpen-burguesía no es por atraso pre-capitalista, sino por avance del capitalismo, y que tampoco se debe a una supeditación de la nación débil frente a la nación más fuerte (como un choque entre Estados-nación), sino a una conjunción de los intereses de las burguesías metropolitanas y periféricas en contra de sus propios sectores populares (de manera internacional): entre más acumulación tienen los capitales con mayores capitales ociosos y dispuestos a ser invertidos, más tienen la posibilidad de invertir en industria, pero la razón por la que acumulan más capital, es precisamente porque no existe esa industria. Y la mayor prueba de que la contradicción de la economía mundial no es entre Estados-nación, sino entre clases internacionales, la daría el desarrollo tardío del capital: todo esto cambia con la internacionalización de la división del trabajo del post-fordismo o del capitalismo tardío alrededor del mundo: la industrialización que antes era frenada con sangre (dictaduras, golpes de Estado o guerras civiles) ahora era completamente bienvenida. ¿Por qué? Porque la dominación colonial no depende de la división entre ‘industria’ y ‘agricultura/materias primas’ (como lo creía la teoría clásica del imperialismo), sino que depende de la supeditación del mercado interno: una vez que las multinacionales metropolitanas pueden esparcir sus procesos productivos a lo largo y ancho del globo, y aún así mantener a las periferias como puntos de tránsito de mercancías (importando lo que consumen y exportando lo que producen), se vuelve indiferente la industrialización misma: antes de la multinacional la industrialización habría significado la creación de un mercado interno en las periferias y el abandono en las metrópolis de la reducción del tiempo de trabajo necesario frente al excedente gracias a aumentos en la productividad del trabajo. La única forma en que las lumpen-burguesías podían pasar al desarrollo industrial, era cuando se dieran las condiciones internacionales propicias, pero eso no significa que ‘el imperialismo obligó a las naciones pobres a someterse’: significa que el imperialismo y las burguesías de las naciones pobres tienen uno y el mismo interés de sometimiento. Una vez que se dio la posibilidad de industrializar sin crear un mercado interno (con la tercerización y la integración vertical internacional), las metrópolis estuvieron tan dispuestas a industrializar las periferias (en oposición a toda teoría del imperialismo conocida) como los capitales autóctonos de pasar a una nueva fase de acumulación.

Aquí es donde se vuelve pertinente la comparación con la ‘vía prusiana’: no se trata de que Latinoamérica, África u Oriente Medio sean algo así como ‘pequeños equivalentes de Europa del Oeste o del Este’. La fragmentación de la acumulación africana o de Medio Oriente y la centralización de la acumulación latinoamericana hacen tentador la analogía entre una ‘vía del Este’ en África y Oriente Medio, y una ‘vía del Oeste’ en Latinoamérica (volveremos sobre esto luego). Pero hacer tal división esquemática olvidaría que tanto Latinoamérica como África y Oriente Medio representan una supeditación del capital industrial (o más exactamente: del mercado interno) por el capital comercial: las tres regiones tienen procesos de inserción en el capitalismo sin ningún ‘Tercer Estado’ (como lo dice Tony Cliff). Son ejemplos clásicos de revoluciones burguesas ‘por arriba’ en las que el capital excedente con mayor concentración relativa (que en términos generales en todas estas regiones es el capital comercial foráneo, y en términos más autóctonos son fracciones del capital comercial y agrícola en un primer momento, y del industrial de productos de consumo perecedero en Latinoamérica, y del rentismo-estatal en África y Oriente Medio en un segundo momento) se apropia y frena cualquier posibilidad de desarrollo de un mercado interno o industrialización en modo similar a la ‘vía prusiana’. ¿O no? ¿No decíamos a propósito de Takahashi que la ‘vía revolucionaria’ (del Oeste) se daba precisamente en oposición a un capital comercial separado indirectamente de la producción, como simple intermediario de los capitales productivos, obligando a la rebelión, etc (por abajo), y que la ‘vía prusiana’ (del Este) se daba precisamente por un dominio directo del capital comercial sobre el productivo, sirviendo como intermediario pero al mismo tiempo con el interés de la extracción de plusvalías relativas (por arriba)? La respuesta (tentativa) es que se da una mezcla sui generis: el capital comercial que doblega a las periferias tiene una doble cara: de frente al mercado mundial, el capital comercial foráneo domina la producción autóctona de manera indirecta, y hacia dentro del mercado interno insuficiente o decrépito, el capital comercial autóctono domina de manera directa. Pero no son dos funciones duales excluyentes (una internacional y otra nacional, por ejemplo), sino que son dos caras de uno y el mismo capital comercial: la dominación indirecta permite la directa y viceversa; sin la dominación directa de los capitales comerciales autóctonos, el dominio indirecto del capital foráneo sería imposible. Esto explica uno de los argumentos históricos que más podían poner en entredicho nuestra interpretación de las periferias: claro, están repletas de rebeliones ‘por arriba’ (tanto en su inserción en el capitalismo, como en su proceso de industrialización tardío), pero también ha sido la zona de ‘eslabones débiles’ que ha producido la revolución rusa, china, cubana, vietnamita, etc. Casi se podría decir que la característica de ‘eslabón débil’ se basa sobre ese anverso y reverso del capital comercial.

Y aun más: si la doble vía que propone Marx en el capítulo XX del tomo III de El capital (y que Takahashi define como del Oeste y el Este europeos) atraviesa estas regiones a través de esta supeditación dual del capital comercial (pero de forma completamente original y sui generis), al mismo tiempo se da en formas radicalmente heterogéneas: la importancia de hablar de mercado interno en lugar de la oposición clásica entre industria/agricultura es inmensa: en lugar de una burguesía industrial ‘progresiva’ frente al capital agrícola (como lo reza el stalinismo menchevique), la obstaculización del capital comercial foráneo y autóctono contra la formación de cualquier mercado interno opone ya no solo al capital comercial frente al burgués industrial, sino también frente a la capacidad de consumo, las condiciones de vida y satisfacción de necesidades del obrero (especialmente el obrero campesino) que son la base precisamente de cualquier mercado interno. De ahí que no sea solo el terrateniente independentista (como decíamos nosotros) el que se apresura a tomar la batuta por la liberalización comercial republicana en las periferias latinoamericanas, sino que también lo hace Haití. Y de ahí que las rebeliones que permiten la decolonización independentista en África y Medio Oriente no se reduzcan solo a los golpes de Estado y los bonapartismos de los rentistas-estatales Pan-africanos o Pan-árabes, sino que también lo hace el aparcero africano o árabe (desde el siglo XIX), y por supuesto el campesino chino o vietnamita en las revoluciones del siglo XX. En todo caso, esto no cambia lo dicho por Cliff: todas estas excepciones podrán haber sido ‘por abajo’, pero no tienen un “Tercer Estado”, y tampoco cambian el hecho de que el proceso de salida del pre-capitalismo al capitalismo y del modelo agro-exportador a la industrialización incipiente, haya sido realizado mayoritariamente ‘desde arriba’ (sin olvidar las excepciones, por favor). Estas dos características se deben a una y la misma razón: el desarrollo de la acumulación capitalista. La centralización latinoamericana permite una maduración más temprana de la contradicción entre productores directos (campesinos o terratenientes, luego pequeño-burgueses y burgueses) y la dominación indirecta/directa del capital comercial, pero de una acumulación agrícola (no la de un “Tercer Estado”): la acumulación agrícola y comercial colonial latinoamericana es lo suficientemente fuerte para exigir la república y el capitalismo, precisamente por tener el capital excedente necesario para entrar en un proceso de reproducción ampliada capitalista, etc. La fragmentación comunal de África y Oriente Medio atrasará la posibilidad de que se concentren capitales lo suficientemente fuertes para agudizar esa contradicción indirecta/directa del capital comercial que tiene aquí rasgos más ‘prusianos’ (pero sin ser una trasposición del centro a la periferia: siempre dentro del carácter sui generis del capital comercial): el capitalismo entra en África u Oriente Medio a través del tortuoso camino de la colonización europea o del Imperio Otomano, etc.


C

- Volviendo a las preocupaciones de García Nossa, vemos entonces que en África y Oriente Medio, una relación agrícola “atrasada” como la aparcería (que representa una renta en especie), puede saltar cualitativamente a ser parte de un régimen de comercialización de excedentes (lo mismo había señalado ya Lenin en su El desarrollo del capitalismo en Rusia). Y al mismo tiempo, una relación “avanzada” como la latinoamericana (la renta en dinero del modelo parcelero) representaba el freno al desarrollo del mercado interno debido a la fragmentación de la tierra, la predominancia del pequeño propietario, etc. A otro nivel, esto se traduce en que lo que trabaja en detrimento de la concentración del comercio en África u Oriente Medio (obstaculizando cualquier mercado interno), es al mismo tiempo lo que hace avanzar el capitalismo agrario: permite una productividad agrícola superior de mano de la comunidad, etc. Y lo que hacía avanzar al comercio latinoamericano, frenaba al mismo tiempo la creación de un mercado interno. Ésta relación agrícola marca precisamente la relación dialéctica entre la divergencia y la similitud de la penetración del capitalismo agrícola en Latinoamérica y África/Medio Oriente en la transición del siglo XIX al siglo XX (la transición de la libre competencia al capitalismo monopolista alrededor del mundo): mientras que sirve de sometimiento a cualquier otra acumulación distinta del capital comercial y agrícola en Latinoamérica, en África y Oriente Medio sirve para aumentar la acumulación que permitirá las rupturas tardías con el colonialismo; o lo que es lo mismo: mientras sirve para fortalecer de manera creciente al rentismo-estatal africano y árabe, sirve para que se den las formas de acumulación que den el salto a la pequeña y gran burguesía comercial o industrial latinoamericana. Ambas significarán un intento de ruptura con el modelo agro-exportador. Para cuando llegue el siglo XX, Latinoamérica, África y Oriente Medio coincidirán con olas de industrialización o de reformas agrarias (en general: formación de mercados internos) pero, como vemos, lo hacen a través de caminos completamente dispares.

Por lo tanto: si bien el capital comercial tiene una doble cara sui generis en la relación colonial, la región de Latinoamérica es diferente de África u Oriente Medio en que su centralización de la acumulación permite una competencia temprana que pone en duda mucho más rápidamente el dominio del capital comercial foráneo/autóctono. Es simple y llanamente la formación de una concentración de acumulación tal, que permita el desarrollo de una burguesía con el capital excedente suficiente para contestar la supeditación del mercado interno colonizado. En África y Oriente Medio, en ausencia de la concentración suficiente de capitales, el proceso será más lento. La respuesta de los países metropolitanos estará marcada también por esta diferencia: los intentos de industrialización (o más exactamente: de creación de mercados internos) latinoamericanos serán frenados con sangre (desde Centroamérica hasta Suramérica), mientras que la lucha independentista y decolonial africana o de Oriente Medio será apoyada por los capitales comerciales y financieros internacionales. Esto se debe al nuevo balance mundial debido a las guerras mundiales y el cambio de batuta desde Inglaterra y Europa hacia los Estados Unidos. El hecho de que durante el capitalismo tardío o postfordista la misma industrialización sea bienvenida, solo quiere decir una cosa: el capital comercial y financiero foráneo coincide en sus intereses con el capital comercial y financiero autóctono (el carácter dual sui generis), pero en un caso (Latinoamérica) frena cualquier capital competidor, y en el otro (África y Oriente Medio) lo apoya (todo esto matizado con el proceso gradual de retroceso de la agricultura frente a la industria en Latinoamérica desde mediados del siglo XX). Estas divergencias no son en modo alguno contradictorias: en un caso representa el mantenimiento del status quo del capital comercial sobre el modelo exportador/importador, y en el otro representa el salto de la acumulación comercial y financiera hacia la industria, pero siempre bajo el sometimiento del modelo exportador/importador; en un caso se alía con el capital comercial autóctono, y en otro con el rentismo-estatal, pero en ambos representa el poderío del capital comercial y de dichos capitales.

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