Hayek/Von Mises y los precios
No queremos devolvernos directamente a la controversia entre Dobb o Lange y Hayek. Aunque parezca una herejía (no nos gustan las ‘religiones’), y como ya lo han dicho otros desde Bettleheim (siendo apologético) hasta Clyff (siendo crítico), y lo hemos dicho nosotros mismos en muchas ocasiones (aquí o aquí, etc), Hayek tiene completamente la razón: las economías planificadas no pudieron nunca eliminar los precios o la forma-equivalencial del intercambio (para hablar con el término preciso de Marx) que mide la magnitud cuantitativa del valor-trabajo. Y esto no solo entre el ‘sector socialista’ y el ‘capitalista’ (para usar la terminología de Preobrazshenzky), sino que a lo interno de los sectores completamente estatizados y bajo el control total del partido comunista, se daba el uso de precios o de magnitudes equivalenciales para el intercambio de inputs o outputs (recordando que un equivalente general –dinero- no es necesariamente lo mismo que una relación de equivalencia, pero que implica una medición del mismo tipo que la magnitud monetaria del precio; por ejemplo: en la antigüedad asiática existía el trabajo asalariado, pero no porque se pagara con dinero, sino porque el equivalente del valor-trabajo se medía en cantidades monetarias, y después se convertían en X o Y cantidad de productos como pan o vino, y de tal o cual calidad más bajo o alta dependiendo del trabajo calificado o no, etc. Se usaban desde los metales hasta cualquier otro tipo de equivalentes monetarios, pero solo como referencia, lo cual significa que la inexistencia de dinero no es lo mismo que la inexistencia de la magnitud cuantitativa. Esto quien lo desarrolla mejor que nadie es el propio Marx, en su complejísimo capítulo sobre la forma-valor, y pronto veremos porqué). Más aún: la Revolución Española de los años 30, que tiene que ser la experiencia más cercana a una transformación del modo de producción capitalista, aunque eliminara o no el dinero como medio de cambio, mantenía las mediciones contables y cuantitativaspara la apropiación del plusproducto por parte del productor directo. Esto confirma la validez de la crítica de Hayek.
Pero seamos más heréticos: esa crítica de Hayek se encuentra en el propio Marx. Es él (como ya lo dijimos aquí), el que afirma la imposibilidad de eliminar la forma-valor o equivalencial del intercambio mercantil o comercial, en una sociedad socialista. ¿Por qué? Precisamente porque es solo la equivalencia de la relación entre valor y trabajo lo que permitiría la retribución desigual (¡nohomogénea y no igualitaria!) de lo que cada quien produce de acuerdo a sus capacidades de trabajo. Por esto es falso (y es una estupidez stalinoide) que Marx plantee algo así como ‘salarios homogéneos’ o ‘igualitarios’, o que todos tengan ‘la misma cantidad’ de cualquier producto, o que exista una ‘mediocridad’ o ‘igualación’ social (como lo critica torpemente el propio Hayek o Von Mises), etc. Marx plantea un derecho desigual, precisamente porque las capacidades de trabajo y el trabajo concreto mismo es desigual, y esto implica apropiaciones de valor desigualesde acuerdo a esa equivalencia con el trabajo. La igualdad y la homogeneidad es atacada violentamente por Marx como aburguesamiento dentro del movimiento socialista (incluyendo dentro del movimiento socialista al anarquismo, tal y como lo hacían los propios Marx y Bakunin, y tal y como dejó de hacerse hoy en día). Pero aquí es donde empieza la gran diferencia entre Marx y el marginalismo neoclásico de Hayek, como pretendemos mostrar.
El marginalismo desecha la teoría del valor-trabajo porque la magnitud monetaria del valor que busca alguien como Ricardo o Marx, no existe en términos empíricos y cotidianos en la vida de los capitalistas (lo cual es equivocado, pero vayamos despacio). Lo que existe es simplemente el precio de costo de los inputs más la ganancia comercial que asigna el capitalista en la formación de precios de producción, y cuando supera el capital avanzado, se genera la ganancia. Los precios totales son iguales al valor total. ¡Pero esto también está en Marx!: una de las tres cualidades agregadas del tomo III es precisamente la igualdad entre precios totales y valor total. Los precios totales en efecto son la magnitud del valor total generado en la economía, entendida como la ganancia en conjunto con el capital total avanzado, etc. Marx no contradice que el precio y el valor totales sean iguales, así como tampoco contradice que la competencia y la oferta/demanda tengan efectos sobre el valor: el trabajo socialmente necesario solo se puede entender desde el conflicto de muchos capitales en competencia que producen la ecualización de la ganancia y las respectivas apropiaciones de valor de acuerdo a la composición orgánica del proceso productivo. Lo que pasa es que al no corresponder el precio y el valor del tomo I con el precio y el valor del tomo III, la crítica marginalista (que inicia con la escuela austriaca de la que el propio Hayek es heredero), termina por separar el sistema del valor y el del precio (lo que se conoce como el sistema dual): la magnitud monetaria del valor es inexistente en comparación con la magnitud monetaria del precio, y por lo tanto el valor se vuelve superfluo o redundante y podemos enfocarnos simplemente en el precio. Aquí vemos que el marginalismo identifica precio y valor precisamente a través del desconocimiento del valor, mientras que Marx identifica precio y valor volviendo más compleja la relación entre las distintas magnitudes monetarias del trabajo, o de los inputs, o de las mercaderías, etc. No se trata del precio medio de Ricardo, ni de una magnitud del trabajo constante o inmóvil, como un ‘centro’ alrededor de los cuales giran los precios de costo, precios de producción, la apropiación desigual o la ecualización de la tasa de ganancia, etc. Al contrario: además de la identificación entre precios y valor totales, existe la heterogeneidad entre los precios y el valor-trabajo, o más exactamente: entre precio y plusvalor (que es precisamente la magnitud escondida detrás de la ganancia: detrás de esa identificación entre precios y valor totales), y que no es la heterogeneidad entre precios y una magnitud X, sino otra variable móvil. Schumpeter, al aceptar el marginalismo a medias, es de hecho un proponente de un modelo mucho más osificado que el de Marx. ¿Pero cómo sucede esto? Seamos más concretos.
La razón por la que el sistema dual de la crítica austriaca (y sobre la cual se apoya la revisión del propio Sweezy, revisión que además no sería discutida por nadie de manera seria por más de 30 años hasta la llegada de Kliman y Freeman y la TSSI) concibe tan siquiera la dualidad separada entre valor y precio, y termina por quedarse con el precio como idéntico al “valor”, es porque considera que el precio de costo del capital constante se transfiere íntegro al producto, y la ganancia es una simple ganancia comercial que el capitalista le agrega a sus costos de producción, etc. El capitalista simplemente decide cuanta ganancia quiere recibir, establece sus precios por encima de sus costos de producción, y ahí está la ganancia capitalista. El problema es este: existen precios de mercado que son inferiores al capital total avanzado como costos de producción, y que aún así generan ganancia. Es la famosa reducción del precio-unitario debido a la ‘innovación’ y que levanta la competitividad, y que el propio Schumpeter reivindica, ¿no? Esta paradoja quiere decir: que el capital avanzado y los precios de costos no se transfieren totalmente al producto, y que incluso los precios de mercado pueden ser menores a esos costos, y aún así generar una ganancia por encima de lo avanzado como capital y precios de costo utilizados. La ganancia capitalista vista como una simple especulación o ganancia comercial se derrumba. Algo sucede en el proceso productivo que genera incluso másvalor a través de un precio o valor de mercado menor.
Esto es lo que encuentra precisamente Ricardo, y aquí todavía nos movemos en terrenos plenamente ricardianos: la solución de Ricardo es que lo que sucede en el proceso productivo es el trabajo, pero lo define como un “precio medio” o un “precio natural”. Esto significaría, en términos marxistas, algo así como un “precio de la plusvalía”. Pero en efecto este precio o magnitud inmóvil y sustancial no existe: aquí Marx y la crítica neoclasicista se encuentran nuevamente. Es en efecto ridículo identificar el valor de las horas de trabajo con cualquiera de las magnitudes monetarias de la economía capitalista. Marx y Walras coinciden. Podemos, por ejemplo, utilizar la MELT de Alejandro Ramos para establecer una magnitud equivalente entre una cantidad de dólares y la hora de trabajo como unidad del tiempo de trabajo, y luego de esto averiguar la cantidad de dólares equivalentes a X o Y cantidad de trabajo, o la cantidad de unidades de tiempo de trabajo (horas) equivalente a X o Y cantidad de dinero, pero ninguna de todas estas magnitudes cuantitativas es homogénea entre sí: todas son magnitudes heterogéneas, aunque equivalentes; existirá una cantidad de dólares, una cantidad de tiempo de trabajo, y una cantidad proporcional entre ambas que no puede ser identificada. Pero mientras el marginalismo entonces desecha el valor-trabajo y se concentra en los precios (llegando a las contradicciones absurdas del mismo Schumpeter o del post-keynesianismo, etc), Marx lo que hace es incluir los precios y un valor-trabajo que no opera como “precio medio” o “natural”, sino que es también otra variable móvil y desigual (tal y como lo querría leer en Marshall el propio Schumpeter): el valor-trabajo, tal y como lo acabamos de decir sobre la MELT, es también una magnitud fluctuante que orbita de manera recíproca con los precios de costos o de producción o los precios relativos del mercado, etc. El sistema dual austriaco lo que hizo fue entonces asumir la transferencia del precio de costo de los inputs al precio de los outputs, y ver la ganancia como el simple excedente por encima del costo (ganancia sin plusvalor). Es decir: tomo el capital avanzado para la compra de capital constante como equivalente al precio del output, más la ganancia. De aquí nace, en efecto, el ‘simultaneísmo’ y el ‘fisicalismo’ que criticará hoy en día el gran trabajo de Andrew Kliman. Sweezy mismo se encargará de validar esta interpretación precisamente por la incoherencia de las fórmulas de Marx, si se utiliza la valuación simultánea de los precios de inputs y de outputs, escondiendo la diferencia entre capital constante y capital constante efectivamente gastado o real, además de lo que decimos aquí, claro. De aquí nacerán todas las “correcciones” en las “inconsistencias” de Marx de los sraffianos o del Teorema de Okishio.
Por supuesto: esto no significa (lo cual sería ricardiano) que el valor-trabajo de Marx es determinado por la oferta y la demanda: el valor-trabajo es una variable móvil y desigual que determina ella la magnitud de apropiación del valor que se da en la oferta/demanda, pero solo a través del choque mismo no solo del intercambio mercantil, sino de las composiciones orgánicas desiguales de los capitales. No se trata entonces simplemente de una magnitud relativa similar a los precios del mercado pero aplicada a los precios de costo de inputs (como la extensión de Jevons por parte de Menger, o el costo marginal, o la competencia imperfecta walrasiana o post-keynesiana, etc), sino de magnitudes relativas que operan a través del trabajo socialmente necesario.